Y
sucede que las palabras escritas al impulso y sobre todo las no dichas, las que
brotan de la incertidumbre pueden acabar con las historias, destruyen los
senderos que recién se dibujan y te dejan parado a la mitad de una mañana gris
sin ganas de levantar los párpados. Parece que en una noche un mordaz
torbellino arrasó cierta parte de la memoria, dejando un dolorido hueco donde
uno sabe que hubo abrazos, manos enlazadas y ganas de creer. Cómo permite uno
que el inventario de una noche particular, de ciertas sonrisas diáfanas
revueltas con canciones que uno deseaba escuchar se trastoque en una maraña de
suposiciones que lastiman. Vaya manera de usar las palabras, vaya con las
palabras… basta ver cómo se han acomodado en estas líneas, casi sin permitir
que uno diga dos verbos que urgen en los
labios: lo lamento, te quiero.
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