A una
estatua
Alí
Chumacero
Cesa
tu voz y muere
sobre
tus labios mi alegría.
No
habrá palabra que en tu piel levante
ni
un incierto sabor de brisa oscurecida
como
el recuerdo que en mis ojos deja
el
paso de tu aliento,
porque
vives inmersa en tu silencio,
impenetrable
a mis sentidos
y
si mis manos en tu piel se posan
inclinas
la cabeza,
navegas
en un tiempo que escucha tu latido,
y
entre sus aguas, inundándote
bajo
la tersa forma de su espejo,
estás
abandonada,
próxima
a ser violenta permanencia,
enemiga
de olvidos,
casi
perdida en íntima zozobra
y
sin más voluntad
que
la crueldad entre tus labios muda.
Toma
tu cuerpo ahora, vuelve el rostro,
mírate
así, segura y desplomada
hacia
un estanque donde mora el miedo,
donde
sólo hay imágenes
y
el cuerpo deja su cautivo duelo
para
entrar en la fuente de su origen.
Verás
nacer el sueño de tu cuerpo
anegando
en pureza toda vida,
todo
impulso negado en puro movimiento
y
toda forma sostenida en puro resplandor
ya
no será la flor sino su aroma,
ya
no serás tú misma.
No
importa entonces que de pronto mueras
y
pierdas toda sombra
quedándote
en escombros defendida,
si
toda tú pereces,
náufraga
de tu propio mar,
presa
dentro de ti, vencida
como
ángel que asolado por el fuego
lanzara
su impotencia,
y
sólo un desengaño
entre
rocas de olvido y de tinieblas
dejan
tus labios mudos
y
la pureza inútil de tu cuerpo.
Muere,
desnuda forma,
hielo
que mata mi alegría,
crueldad
vertida en mármol fatigado;
muere
ya, y deja que contemple
la
lucha de tu cuerpo con la sombra,
el
debatir inútil de tus labios
contra
el vacío olvido de tus ruinas,
que
en ataúd o tumbas duermes
entre
un querer o no de tus sentidos.
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