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viernes, 31 de octubre de 2014

La recámara suntuaria y sin pesar de la memoria.

Amapola trastorno...

Rubén Bonifaz Nuño

Amapola trastorno,
exaltación morada, disparate.
Salga lo que saliere.
Y qué estruendo de alas, y qué dulce
lastre sentimental sobre la lengua,
y amistad en las manos, ofrecida
sin ponderar, qué arrebatada.

Comulgar en la música aspereza,
junto al estribo ya, de amanecida,
con mujer desolada, y el rasgueo,
y la última vez, y el aguardiente,
y sollozar a frutas.

Salto, furor de gozo, de pataleo
de quien pide encontrarse,
con la prisa amantísima del ánima
que al fin tocó el fraterno
-ay, engañoso; ay, ay, inconvincente-
universal llamado.

Yo ya me voy. Deslúmbrame
el metal decadente de la barca
que habrá de conducirme. Y el camino.
Porque me voy mañana. Yo me parto.
Vengo a decirte adiós para olvidarte.

Lucen de adentro las canciones
que me vienen de afuera. Si me dieran,
al menos, no morir tan lejos.

-Mexicano el acento desgarrado
de plumas claras y de flores
y me enriquece de arrobadas turquesas-.

Yo sé, yo ya me voy; yo reconozco,
como si me doliera, la indudable
armazón altanera
del halo corporal que me circunda.

Propenso al celo ardiente, y al hipérbaton
sanguíneo y los mercados,
y al encabalgamiento de los ojos
viriles en los pares argumentos
de la media naranja; multiplícanse
ternura por fervor, y el resultado
quema entre sangre y piel y piel desnuda.

Tartamudo, efusivo intraducible
entusiasmo del habla. La recámara
suntuaria y sin pesar de la memoria.
Abierta y enjoyada.
También. Contento. Compañera.

Aunque comience y me sujete
por los tobillos este centro
fijo de rueda de molino.

Me columpio, vuelvo a subir, volteo;
aspa de graves órbitas iguales
recorridas de frente, con ronquidos
de ventarrón en las orejas.

Hélice a al mitad, desmorecida,
nauseosa, mecánica,

bajando al fondo del quedar durmiendo.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Las cosas: hay que escribirlas para no olvidarlas...

   
280. Asquerosidades. Un par en la vida.
Se detuvo un instante para pensar. Empezó de nuevo.
Después se pagan.
Releyó. Todo en orden. Cerró el pequeño cuaderno y se lo metió en el bolsillo.
Por todas partes, Quinnipak se asaba bajo el sol de mediodía.
La del cuadernillo era una historia que había empezado —como se desprende de los hechos relatados— doscientos ochenta días antes, es decir, en el día que Pehnt celebró su octavo cumpleaños. Con cierto carácter intempestivo, el chico ya había intuido, entonces, que la vida es un tremendo lío y que, por regla general, estamos llamados a afrontarla en un estado de absoluta y radical falta de preparación. Sobre todo lo desconcertaba —no sin razón— la cantidad de cosas que había que aprender para sobrevivir a las incógnitas de la existencia (que eran, precisamente, tantas):
miraba el mundo, veía un ingente número de objetos, personas, situaciones y comprendía que sólo en aprender el nombre de todas aquellas cosas —todos los nombres, uno a uno— emplearía una vida. No se le escapaba que en esto se escondía cierta paradoja.
«Hay demasiado mundo», pensaba. Y buscaba una solución.
La idea se le ocurrió, como ocurre a menudo, como extensión lógica de una experiencia banal.
Frente a la enésima lista de la compra que la señora Abegg le puso en la mano antes de enviarlo al Bazar Fergusson e Hijos, Pehnt comprendió, en un instante de nouménica iluminación, que la solución se hallaba en la astucia de catalogar. Si uno, a medida que aprendía las cosas, se las apuntaba, obtendría al final un completo catálogo de las cosas que debía aprender, consultable en cualquier momento, actualizable y eficaz contra eventuales pérdidas de memoria. Intuyó que escribir una cosa significa poseerla, ilusión hacia la que se inclina una parte no desdeñable de la humanidad. Pensó en centenares de páginas abarrotadas de palabras y sintió que el mundo le daba un poco menos de miedo.
—No es mala idea —observó Pekisch—. Claro que no podrás escribirlo todo en ese librito, pero anotar las cosas principales ya sería un buen resultado. Podrías seleccionar una cosa al día, eso es. Hay que establecer reglas cuando se emprenden empresas como ésta. Cada día, una cosa. Debería funcionar... Digamos que en diez años podrías llegar a tres mil seiscientas cincuenta y tres cosas aprendidas. Ya sería una buena base. Una de esas cosas que te permite despertar cada mañana más tranquilo. No será un esfuerzo gratuito, chico. A Pehnt le pareció un razonamiento convincente. Optó por la solución «Una cosa cada día». Con motivo de su octavo cumpleaños Pekisch le regaló un cuaderno de tapas violetas. Aquella misma noche empezó la meticulosa tarea que le habría de acompañar durante años. Releída retrospectivamente, la primera anotación revela una mente significativamente predispuesta al rigor metodológico de la ciencia.
11.     Las cosas: hay que escribirlas para no olvidarlas.


Alessandro Baricco, Tierras de cristal

martes, 28 de octubre de 2014

Sucede, sí, sucede

Sucede que la tristeza inunda las tardes, quizá no es tristeza sino coraje, quizá tampoco sea eso. Sucede que al cerrar un libro todo deja de tener sentido, como si unir extremos diera por terminadas, de tajo, las historias. Sucede que uno no entiende nada, que los impulsos ganan, que las tristeza inunda y parece que el Sol tardará en llegar. 

La sequedad viviente de unos ojos marchitos, de los que yo veía a través de las lágrimas, era una caricia para herir las pupilas, sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.

No busques, no

Vicente Aleixandre

Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.

De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.

Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.

Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.

No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido o sangre mínima,
esa lágrima que ha latido

y en la que apoyar la mejilla descansa.

lunes, 27 de octubre de 2014


Cada año, al resplandor nostálgico del otoño, las aves remontan el vuelo sobre un océano desierto, trinando y gorjeando con prisa jubilosa por arribar a una tierra clavada en su memoria. Grandes jardines colgantes donde se abren flores de vivos colores, hileras de mangos de gusto delicioso y arboledas que forman templos sobre frescos senderos... todo esto les revelan sus vagos sueños.

Buscan en el mar vestigios de su antigua costa, y la alta ciudad blanca, erizada de torres... Pero sólo las aguas vacías se extienden ante ellos, entonces dan media vuelta una vez más. Y mientras tanto, hundidas en un abismo infestado de extraños pólipos, las viejas torres añoran su canto perdido y recordado.


Lovecraft, “Nostalgia”

sábado, 25 de octubre de 2014

(Había un hombre que partía, viajaba, y cuando regresaba, antes que él llegaba una joya, en una caja de terciopelo. La mujer que lo esperaba abría la caja, veía la joya y entonces sabía que iba a regresar. La gente creía que era un regalo, un valioso regalo por cada fuga. Pero el secreto era que la joya era siempre la misma. Cambiaban las cajas pero la joya no. Partía con el hombre, permanecía con él allá donde viajara, pasaba de maleta en maleta, de ciudad en ciudad, y después volvía atrás. Venía de las manos de la mujer y a ellas regresaba, exactamente como el reloj regresaba a las manos del Almirante. La gente creía que era un regalo, un valioso regalo por cada fuga. En cambio, era lo que custodiaba el hilo de su amor en el laberinto de mundos por el que el hombre corría, como una grieta a lo largo de un vaso. Era el reloj que contaba los minutos del tiempo anómalo, y único, que era el tiempo de su amarse. Volvía atrás antes que él para que ella supiera que dentro de aquel que estaba a punto de llegar no se había roto el hilo de aquel tiempo. Así el hombre llegaba, al final, y no había necesidad de decir nada, de preguntar nada, ni de saber. El instante en que se veían era, para los dos, una vez más, el mismo instante.)


Alessandro Baricco, Tierras de cristal

la ternura enjaulada entre los dedos

14. Corolas de papel de estas canciones...

Gilberto Owen

Corolas de papel de estas canciones.
Se abren cuando al alba
nocturna de la lámpara
rompe a cantar ociosa
la ternura enjaulada entre los dedos.

Se cierran cuando Venus matutina
cae desprendida de su rama,
aún no madura y ya picoteada

por el frío del alba verdadera.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Y empiezo a comprender cómo el misterio es uno con mi sueño, cómo me abrasa en desolado abrazo, incinerando voz y labios...

En la orilla del silencio

Alí Chumacero

Ahora que mis manos
apenas logran palpar dúctilmente,
como llegando al mar de lo ignorado,
este suave misterio que me nace,
túnica y aire, cálida agonía,
en la arista más honda de la piel,
junto a mí mismo, dentro,
ahí donde no crece ni la noche,
donde la voz no alcanza a pronunciar
el nombre del misterio.

Ahora que a mis dedos
se adhiere temblorosa
la flor mas pura del silencio,
inquebrantable muerte ya iniciada
en absoluto imperio de roca sin apoyo,
como un relámpago del sueño
dilatándose, cándido desplome
hacia el abismo unísono del miedo.

Ahora que en mi piel
un solo y único sollozo
germina lentamente, apagado,
con un silencio de cadáver insepulto
rodeado de lágrimas caídas,
de sábanas heladas y de negro,
que quisiera decir: "Aún existo".

Comienzo a descubrir cómo el misterio es uno
nadando mutilado
en el supremo aliento de mi sangre,
y desnudo se afina, agudiza su sombra
para cavar mi propia tumba
y decirme la fiel palabra
que sólo para mí conserva
escondida, cuidada rosa fresca:
"Eres más mío que mi sombra,
en tus huesos florezco
y nada hay que no me pertenezca
cuando a tientas persigo, destrozando tu piel
como el invierno frío de la daga,
el vaho más cernido de tu angustia
y el poro más callado de tu postrer silencio".

Entonces me saturo de mí mismo
porque el misterio no navega
ni crece desolado,
como germina bajo el aire el pájaro
que ha perdido el recuerdo del nido allá a lo lejos,
sino que es piel y sombra,
cansancio y sueño madurados,
fruta que por mis labios deja
el más alto sabor y el supremo silencio endurecido.

Y empiezo a comprender
cómo el misterio es uno con mi sueño,
cómo me abrasa en desolado abrazo,
incinerando voz y labios,
igual que piedra hundida entre las aguas
rodando incontenible en busca de la muerte,

y siento que ya el sueño navega en el misterio.

Nunca rezo. Hoy vi tanto que me puse a rezar a quien sea que pueda ser todopoderoso por personas que ni conozco y quizá nunca conoceré

Desde tempranito, la espera de los padres en Ayotzinapa...
Sentarse a esperar...

Caminatas del recuerdo

Hubo caminatas tan larga como esta, caminatas de olvido, donde uno deseaba perderlo todo… regresar a casa con el alma vacía  para poder volver a empezar. Hubo caminatas cortas, frías y bajo cierta lluvia de un diciembre cuando se escribieron los adioses en tarjetitas amarillas (son mis favoritas). Hubo también algunas sobre las olas, mirando el cielo; recuerdo una pidiendo fuerza para mandar todo al carajo, para dejar ir la nostalgia de las cosas que no fueron, para descansar. Las caminatas sobre las olas deberían repetirse más, una y otra vez, una y otra vez.
            Esta caminata de noche de jueves lluviosa y confundida, esta caminata debió acabar más lejos, muy lejos; algunas veces uno no debería detenerse hasta que el cansancio nos gané y haga caer los párpados sin lágrimas de por medio.
            Al cruzar entre los árboles de Reforma me dio por sentarme en una barda y respirar, ese ahogo de las dudas no me sienta bien, los suspiros que se pierden sin rumbo deben sentirse tristes también. Sentada en esa barda, recordé Xochicalco, la caminata para llegar allí. La primera vez que subí se me ocurrió llevar falda, aprendí que es un grave error; la segunda, se me había ocurrido que podía olvidar que pocas veces me siento parte de algo, intenté con todas mis fuerzas pertenecer, sucedió igual que con la falda: rotundo error. Creo que iré pronto, parece que es un buen lugar para ver las cosas con claridad.
            Ahora que escribo acerca de esta noche, hago como que trabajo, en realidad sí lo hago, pero es que las caminatas me vienen a la mente, yo no sé bien por qué. Pienso otra, supera a Xochicalco (no en lecciones dadas, sí en belleza) la que va de Mazunte a Punta cometa, esa que hice cierto 31 de diciembre para ver el sol de ese año perderse en el mar; yo habría querido cierta compañía, pero tenía cosas más importantes que hacer; mi soledad se resintió conmigo por aquello de querer abandonarla para ver ese sol poniente. Más de un año hemos hecho las paces frente a un mar que es el mismo, que recibe en paz al Sol, sin importar o no que uno se siente a mirar ese final.
            Parece que iniciaré un inventario de caminatas, pero no será hoy, este trabajo urge, no dormiré en mi cama, hace frío y el café está muy cargado… como el de Cuetzálan, fue en un buen año, no recuerdo haber salido tanto en un año como ese 2002, ese rincón poblano, entonces no era pueblo mágico ni nada así; por entonces las mujeres caminaban cabizbajas tras los pasos de su maridos, volví el año pasado y siguen haciéndolo. Caminamos mucho, esa no fue una caminata solitaria, quizá por eso también recuerdo que platicamos sobre qué estudiar, tú estabas más que seguro de que la ingeniería era la opción, te burlaste un poco cuando dije letras, te reíste menos cuando te dije que tu hermana también pensaba en eso. Caminamos entre las hierbas, hasta que apareció el río y luego la lancha y luego caminar más, y la idea de que uno podía llegar a Tajín, y entonces el mar estaba cerca. Tu hermana sigue sin perdonarnos esa desaparición. Así conocí  Tajín, así lo caminé, así llegué a Tecolutla, así caminamos sus pocos kilómetros de playa… así.

Un día quizá me canse de caminar y empiece a ponerle atención a esas cosas que dicen que importan, y como tú me decida a largarme de acá, aunque te apuesto que allá, aunque sea un poquito, te da por caminar. 

lunes, 20 de octubre de 2014

Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo, aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño, aunque grite: Vivir así es cosa de muerte.

Dans ma péniche

Luis Cernuda

Quiero vivir cuando el amor muere;
muere, muere pronto, amor mío.
Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque grite:
Vivir así es cosa de muerte.

Pobres amantes,
clamáis a fuerza de ser jóvenes;
sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga su frente cansadamente entre las manos
junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro
pero en vosotros aún va fresco y fragante
el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.
Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.
Ante vuestros ojos, amantes,
cuando el amor muere,
vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;
el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele  hacerlo
el rasguear de una guitarra en el ocio marino
y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;
vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares
todo queda afanoso y callado.

Así suele quedar el pecho de los hombres
cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,
y tras su delicia interrumpida
un afán insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes,
¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?
Los atardeceres de manos furtivas,   
el trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando el amor muere,
vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,
cuánto vale una noche como ésta, indecisa
entre la primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque
nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia
de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.

Jóvenes sátiros
que vivís en la selva, labios risueños
ante el exangüe Dios cristiano,
a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía
pies de jóvenes sátiros,
danzad más presto cuando el amante llora,
mientras lanza su tierna endecha
de: Ah, cuando el amor muere.
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y el deseo girará locamente en pos de los hermosos
cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.


sábado, 18 de octubre de 2014

Es octubre. Anochece. Un banco solitario.

Paseo

José Hierro

Sin ternuras, que entre nosotros
sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las palabras
nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
cosas prosaicas, tantos ecos
desvanecidos en los años,
en la oscura entraña del tiempo!
Son esas fábulas lejanas
en las que ahora no creemos.

Es octubre. Anochece. Un banco
solitario. Desde él te veo
eternamente joven, mientras
nosotros nos vamos muriendo.
Mil novecientos treinta y ocho.
La Magdalena. Soles. Sueños.
Mil novecientos treinta y nueve,
¡comenzar a vivir de nuevo!
Y luego ya toda la vida.
Y los años que no veremos.

Y esta gente que va a sus casas,
a sus trabajos, a sus sueños.
Y amigos nuestros muy queridos,
que no entrarán en el invierno.
Y todo ahogándonos, borrándonos.
Y todo hiriéndonos, rompiéndonos.

Así te he visto: sin ternuras,
que sin ellas nos entendemos.
Pensando en ti como no eres,
como tan solo yo te veo.
Intermedio prosaico para

soñar una tarde de invierno.

Se llama Raúl

Se llama Raúl, qué vulgar es la realidad dicha así de golpe. Sucede que existen lugares particulares en los que el tiempo detiene su paso. Yo conocía uno en Cuetzálan, luego, hace unos meses, llegué a esta esquina.
            La esquina sin tiempo nos ha dado por llamarle; ahí, un hombre entrado en años prepara café, el espacio es pequeño, con decoración anacrónica que ironiza con las computadoras en renta que invaden un rincón, quizá porque el café preparado ritualmente no da para vivir tranquilo. Hay quien dice que el café huele mejor de lo que sabe, no lo comparto del todo, pero el aroma de esta esquina ¡vaya que compite con el sabor, y con el gusto que ciertas personas nos causan!
            Me gusta la iluminación, la disposición de las cafeteras que me impide ver cómo prepara las órdenes, sólo alcanzo a distinguir el movimiento de sus hombros, que asemejan a los del director de orquesta cuando lleva a sus músicos al final del adagio de Patéthique; también puedo ver  sus muecas, algunas veces levanta la mirada, quizá se sienta observado, de hecho lo es, al menos por mí.

Al fondo de la habitación hay una puerta con arco de medio punto, no muy bien logrado (nótese que recuerdo mis lecturas sobre arquitectura), gustan de cubrirla con una vieja cortina, como si hubiera algo que ocultar, como si el resguardo de la puerta no bastara, incluso, de pronto da la impresión de que detrás hay una barda, eso sí que sería fantástico; pero seguro lo que hay ahí, cruzando ese umbral, puede ser algo tan poco maravilloso como el hecho de que ese hombre barbado que se dedica a preparar un  buen café se llame Raúl. 

jueves, 16 de octubre de 2014

En las azoteas

En la azoteas los atardeceres se miran mejor, las lagrimas son menos llamativas y los suspiros se alejan libres, quizá hasta encaminados hacia quienes los provocan.
Las tardes otoñales son frescas, la de hoy es fría, aún no empieza la lluvia, pero la temperatura bajó, el viento sopla enojado y yo tuve que bajar por la chamarra.
La azotea de este edificio siempre me ha gustado, bueno, siempre es mucho decir; hace un par de años que la conozco, pero sí, me  gusta. Hacía buen rato que no venía, ahora no sé bien por qué vine, eso no creo que importe mucho, tenía las llaves, sabía que no habría nadie. Han pasado tantas cosas desde la última vez que estuve aquí: gente que se muere, gente que cruza océanos, gente que calla lo que urge decir, que no llora más, que camina sin rumbo y sube a las azoteas a escribir.
Ando un poco necia con contar semanas, con saber de finales y estrellas brillantes. También con recordar; por ejemplo, cierro los ojos y viene cierto beso en la penumbra de una mesa de cemento frío en CU, que fue un deseo cumplido, aunque uno debiera tener cuidado con lo que desea. Recuerdo también mi mirada reflejada en los ojos de otro una tarde de cierto junio, una tarde que después pensé que no debió ser, pero que con sinceridad fue muy bella. Bella, recuerdo esa palabra en sueños, me hace sonreír con esas sonrisas que desbordan los ojos.
Recuerdo unos tomos dedicados con palabras lapidarias, con razón tanto papel de envoltura, con razón no los abrí hasta estar sola en mi sala. Me senté a beber leche con miel, como la que mi abuela (de esa gente que muere) me daba cuando yo no tenía ni puta idea de qué era esta vida. Lo escribo muy segura, como si hoy sí supiera qué es, seguridades que le dan a uno las azoteas y la soledad.
Recuerdo, aunque no quisiera, una angustia, un día que no debió ser, un día que por más distancia que haya entre él y yo aun me causa temor. Hay días, momentos de ciertos días en que una persona decide joderle la vida a otra, así no más porque puede, así no más porque sí. Son 14 años de distancia, tendrían que temblarme menos las manos.

Hace más frío, mi nariz se humedece, busco la Luna, será que es muy temprano, será que es nueva. Qué ganas de una calada, qué ganas de flotar boca arriba. Este fin de año quiero flotar boca arriba en una playa tranquila, quiero mirar el último Sol del 2014 perderse en el mar, me río, porque esto de novedad tiene nada, cada año quiero lo mismo, algunos lo consigo, otros no, este espero que sí.
Para fin de año la vida habrá cambiado más, lo hace día a día. Como cuando descubro que me han salido algunas canas y varias líneas que serán arrugas a la brevedad; como cuando me doy cuenta que ya no me detengo por semanas a tratar de entender, me dijo alguien muy querida que me he vuelto más “vale madres”, ¿será?

La vida cambia, la gente se va, yo me voy, el corazón se hace chiquito, tomamos decisiones, compramos panqué de chocolate que no sabe igual, secamos lágrimas, bajamos escaleras y tras dejar las llaves en la cama, cerramos la puerta. 

"Levanto tu cuerpo de pájaro muerto"

Pascal Rambert
Clausura del amor

miércoles, 15 de octubre de 2014

Está y no estuvo, pero estuvo y calla...

El olvido
Vicente Aleixandre

No es tu final como una copa vana
que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.

Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o su mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.
Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace
su memoria. Recordar es obsceno,
peor: es triste. Olvidar es morir.


Con dignidad murió. Su sombra cruza.

Por más que un alma se esfuerce por saber qué es otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra –sombra deforme en el sueño del entendimiento.

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Nadie comprende a otro. Somos, como dice el poeta, islas en el mar de la vida; corre entre nosotros el mar que nos define y separa. Por más que un alma se esfuerce por saber qué es otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra –sombra deforme en el sueño del entendimiento.
            Amo las expresiones porque no sé nada de lo que expresan. Soy como el maestro de Santa Marta: me contento con lo que mes dado. Veo, y ya es mucho ¡Quién es capaz de entender?
            Tal vez sea por este escepticismo frente a los inteligible que yo encaro de igual modo un árbol y una cara, un cartel y una sonrisa. (Todo es natural, todo artificial, todo igual.) Todo lo que veo es para mí lo único visible, sea el cielo alto, azul, de un verde blanco característico de la mañana que ha de llegar, sea la mueca falsa en que se contrae el rostro de quien sufre ante testigos la muerte de aquel a quien ama.
            Muñecos, ilustraciones, páginas que existen y se dan vuelta. Mi corazón no está en ellos ni casi tampoco mi atención, que los reconoce por fuera, como una mosca de papel.
            ¿Sé yo acaso si siento, pienso, si existo? Nada, salvo un esquema objetivo de colores, de formas, de expresiones de las que nos soy más que el espejo oscilante e inútil que se ha de vender.


Fernando Pessoa

lunes, 13 de octubre de 2014

piadosamente Dios nos depara sucesión y olvido...

Edipo y el enigma

Jorge Luis Borges
Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día
y con tres pies errando por en vano
ámbito de la tarde, así veía
la eterna esfinge a su inconstante hermano,

el hombre, y con la tarde un hombre vino
que descifró aterrado en el espejo
de la monstruosa imagen, el reflejo
de su declinación y su destino.

Somos Edipo y de un eterno modo
la larga y triple bestia somos, todo
lo que seremos y lo que hemos sido.

Nos aniquilaría ver la ingente
forma de nuestro ser; piadosamente

Dios nos depara sucesión y olvido.
Sueño de la mariposa

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.


Chuang Tzu

sábado, 11 de octubre de 2014

Te digo que mis labios ahí se han perdido...

Doble amanecer

Alberto Ruy Sánchez

Te digo, tengo sed.
Me dices,
mi pecho, ya,
quiere ser bebido.
Te digo
que mis labios
ahí se han perdido.
Me dices que ya encontraron
durezas
donde detener su desvarío.
Te digo que entre tus pechos
me convierto en río.
Me dices,
con un largo gemido,
que en tus mares
ya me has hundido.
Un solo instante
y amanezco dos veces:
en tu pecho
duplicas mi sed,
mi frío, mi calor,
mi perturbación,
mi alivio.
Y en mis labios no deja de temblar
eso tan tuyo que haces doblemente mío.