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sábado, 31 de enero de 2015

Tendríamos que haber soñado entonces con más fuerza, hasta que las imágenes del sueño...

Todo pudo haber sido nada más que silencio

Roberto Juarroz

Todo pudo haber sido nada más que silencio.
Tendríamos que haber soñado entonces con más fuerza,
hasta que las imágenes del sueño
quedaran estampadas como figuras totales
en cualquier parte del tablero unánime.
Tendríamos que haber hecho de los ojos
un instrumento de música,
para concentrar de otra manera
los efímeros intervalos de la nada.
Tendríamos que haber convertido cada abrazo
en un único grito de materia sin dueño
y haber llevado entre los dientes una bandera de adioses,
más bien como memoria de lo que pudo haber sido
que como ondulante signo de saludo.
Y sobre todo
tendríamos que haber definido de nuevo a la muerte.

Pero todo pudo haber sido también nada más que sonido.
Tendríamos que haber recogido entonces la sombra de las cosas
y haberla guardado toda junta en un rincón del mundo,
para esconder en ella la triste anormalidad del pensamiento.
Tendríamos que haber convertido el amor
en un censo de los fundamentos del olvido,
para que creciera nada más que desde allí,
como un extraño animal
que no ocupase ningún lugar en el presente
al saltar desde el pasado hacia el futuro.
Y tendríamos que haber encogido las palabras
hasta transformarlas en neutros guijarros,
para pavimentar con ellas el camino impasible
o arrojarlas al aire demasiado sonoro
como manos suplentes del hombre.
Y sobre todo
tendríamos que haber definido de nuevo a la vida.
Pero aunque en cualquiera de ambos casos
hubiera quedado el hombre dispensado
de ser esta señal que nadie entiende ni recoge,
su forma habría seguido siendo un irónico signo
entre las nuevas definiciones,
también seguramente tautológicas,

de la vida y la muerte.

miércoles, 28 de enero de 2015

Para antes de dormir...

No la sueltes, si la tienes. No la sueltes, pensé, ése es mi consejo para todos los vivos. Aspírala, pon tu nariz en su cabello, aspírala a profundidad. Di su nombre. Siempre será su nombre, ni siquiera la muerte puede arrebatarlo.

Francisco Goldman, Di su nombre

martes, 27 de enero de 2015

*de los abrazos que se dan con la memoria*

Encarnaciones
Tomás Segovia

Hundido el rostro en tu cabello, aspiro
el sofocante aliento de la noche
que allí estancado humea y flota como el sueño.
Todo el inmenso espacio pesadamente yace
sobre esta tibia tierra adormecida,
sobre el cuarto y el lecho y nuestros miembros,
y la casi secreta agitación
que mueve nuestros pechos.
No respiramos aire, respiramos silencio;
un gran silencio inmóvil
que cubre nuestra piel desnuda
como oscuros aceites.
                                  Y de pronto,
siento que mi ternura me desborda y anega,
que también con la sombra te acaricio,
y te abrazo también con el espacio,
y te rozo los labios con el aire;
que toda esta solícita violencia
es también este vasto silencio conmovido
que arrojado de bruces encima de nosotros
se asoma a nuestro amor,
y lo recorre entero un estremecimiento,
sollozo cálido, ala del destino.



Mi memoria ya es carne, ya un placer -soñado- resucita, ya la verdad de mi vivir da cita. ¿Alma, cuerpo ? Mi ser.

Dominio del recuerdo

Jorge Salinas

Un recuerdo -pasado deleitoso-
me ataca y se apodera
tanto de mí que interna primavera
me somete a su acoso.

Aquel amor aun vibra
bajo el impulso de una imagen, mero
fantasma. Pido, quiero.
un imán se me impone fibra a fibra.

El espíritu invade mi existencia
con poder soberano.
Espíritu ya es cuerpo. ¿Quién presencia
tal fusión, tal arcano?

Amor, que fue tan fuerte
durante aquel minuto fenecido,
saliendo de su nido
mental en sensación se me convierte.

Mi memoria ya es carne, ya un placer
-soñado- resucita,
ya la verdad de mi vivir da cita.

¿Alma, cuerpo ? Mi ser.

lunes, 26 de enero de 2015

decir, desear, ser...

Decir no...

Idea Vilariño

Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no

pero siguiéndola.

Entre los muslos, sólo el tiempo quieto, el tiempo que no pasa, eternamente, inmortal, sin nacer, entre las sombras.

El sexo

Vicente Aleixandre

I
¡Pendiente de ese tronco
el fruto consta en vida.
Su materia consiente
una verdad durable.
En la sombra él madura,
si por siglos, finito,
y no cae sino cuando
el árbol rueda en tierra.
Fruto de carne o masa
de vida congruente,
pálido en su corteza,
nudosa nuez compacta.
La sangre rueda y pasa,
y ardiente sigue y vase,
mientras el viento pone
la vida en llamas y arde
doble tiniebla absorta.
Eje del sol que un rayo
descargará sin duelo
y estallará en la liza
dentro en la sombra exacta.
Oh, conjunción del fuego
con su materia idónea.
Fuego del sol, o fruto
que al estallar se siembra.

II
Entre las piernas suaves pasa un río,
lecho insinuado para el agua viva;
entre la fresca sombra o un humo quedo
que en el terso crepúsculo está inmóvil.
Entre los muslos, sólo el tiempo quieto,
el tiempo que no pasa, eternamente,
inmortal, sin nacer, entre las sombras.
Entre las piernas bellas sólo un río
en el fondo se siente cruzar único.
Agua oscura sin tiempo que no nace
y que sobre la tierra desemboca.

Oh, hermosa conjunción de sangre y flor,
botón secreto que en la luz perfuma
el nacimiento de la luz creciendo
de entre los muslos de la bella echada.
Ruda moneda o sol que exhala el día
naciendo de ese cuerpo dolorido,
presto al amor cuando el cenit empuje
al adversario que agresivo avanza.
Misterio entonces del ocaso ardiente
cuando como en caricia el rayo ingrese
en la sima voraz y se haga noche :

noche perfecta de los dos amantes.

pensamientos de enero pasado (2)

Hay labios que se desean sólo de imaginarlos, hay miradas que lo salvan todo...

domingo, 25 de enero de 2015

Olvidar el tacto, tu aroma...

Contra mi tacto evocador me afano...

Tomás Segovia

Contra mi tacto evocador me afano.
Con los más duros y ásperos pertrechos
he trabajado hasta dejar deshechos
por el hierro los dedos de esta mano.

Los quiero embrutecer, pero es en vano;
en sus fibras más íntimas, maltrechos,
aún guardan la memoria de tus pechos,
su tibia paz, su peso soberano.

Ni violencias ni cóleras impiden
que fieles y calladas a porfía
mis manos sueñen siempre en su querencia,

ni mil heridas lograrán que olviden
que acariciaron largamente un día

la piel del esplendor y su opulencia.

La ciudad pequeña, tú, mi puerto de tierra adentro; sembradora de claros jardines, habitada.

Albur de amor

Rubén Bonifaz Nuño

En el vértigo del pozo angélico
gira y echa flor en los desiertos
de la sal, y les procura puertas
y pájaros cálidos y frutos.
Nueva, la carne se acrisola
bajo la estéril costra; humea
la ciudad corrompida: antorchas
y granizo de azufre. Y sigue
la derrota de mis fantasmas
en su remolino de cegueras.

Y en lo que no puede comprenderse
ejerzo ahora las palabras.

Yo, el desterrado; yo, la víctima
del pacto, vuelvo, el despedido,
a los brazos donde te contengo.

De rodilla a rodilla, tuyas,
la palma del tenaz espacio
se endominga y tensa su llamado:
su noble cielo de campanas,
su consumación en la sapiencia,
su bandera común de espigas.

Y el tacto mira, y en sus ojos
se inscriben hechos memorables
a salvo de ayer y de mañana.

Envejece inútil el castigo
a lo lejos, mientras tú, de estrenos,
suavizas tus misterios vírgenes,
la migración de tus arroyos
placenteros, tus racimos trémulos.
Yo errante y vivo, te conozco.

Tú, la estatua blanca, establecida
en el centro que no se muda;
la sal asombrosa del incendio,
el horno sagrado de estar viva.

La ciudad pequeña, tú, mi puerto
de tierra adentro; sembradora
de claros jardines, habitada.

Depuesta por las llamas últimas
sobre las playas de ceniza,
tú, milagro de la estrella fósil,
o pasmo de moldes interiores
en el caracol de tibia púrpura,
o perfecto mascarón de proa
en el tajamar erosionado.

Y con qué exigencias me reclamas;
me enriqueces con qué trabajos;
a qué llamados me condenas.

Cuando un girar de golondrinas
arteriales, se transparenta
por entre estériles desiertos; rige
lo incomprensible en las palabras;
cobra el fruto ansiado de las puertas

con los cerrojos descorridos.