Todo pudo haber
sido nada más que silencio
Roberto
Juarroz
Todo pudo
haber sido nada más que silencio.
Tendríamos
que haber soñado entonces con más fuerza,
hasta que
las imágenes del sueño
quedaran
estampadas como figuras totales
en cualquier
parte del tablero unánime.
Tendríamos
que haber hecho de los ojos
un
instrumento de música,
para
concentrar de otra manera
los efímeros
intervalos de la nada.
Tendríamos
que haber convertido cada abrazo
en un único
grito de materia sin dueño
y haber
llevado entre los dientes una bandera de adioses,
más bien como
memoria de lo que pudo haber sido
que como
ondulante signo de saludo.
Y sobre todo
tendríamos
que haber definido de nuevo a la muerte.
Pero todo
pudo haber sido también nada más que sonido.
Tendríamos
que haber recogido entonces la sombra de las cosas
y haberla
guardado toda junta en un rincón del mundo,
para
esconder en ella la triste anormalidad del pensamiento.
Tendríamos
que haber convertido el amor
en un censo
de los fundamentos del olvido,
para que
creciera nada más que desde allí,
como un
extraño animal
que no
ocupase ningún lugar en el presente
al saltar
desde el pasado hacia el futuro.
Y tendríamos
que haber encogido las palabras
hasta
transformarlas en neutros guijarros,
para
pavimentar con ellas el camino impasible
o arrojarlas
al aire demasiado sonoro
como manos
suplentes del hombre.
Y sobre todo
tendríamos
que haber definido de nuevo a la vida.
Pero aunque
en cualquiera de ambos casos
hubiera
quedado el hombre dispensado
de ser esta
señal que nadie entiende ni recoge,
su forma
habría seguido siendo un irónico signo
entre las
nuevas definiciones,
también
seguramente tautológicas,
de la vida y
la muerte.