Página
100
Cuando
el cuento terminó
La tarde de la Página 97,
pude murmurar el “adiós” que alguna vez pedí, ese que pensé varias veces, ese
que antes realmente no deseaba decir. Supongo que no lo escuchaste, supongo que
no era necesario. Cuando uno imagina los sucesos de la vida, al menos cuando yo
lo hago, gusto de escenarios que me llenan la mirada: una larga y robusta mesa
de madera con aroma de chocolate rondando; la vista de parte de la ciudad desde
la corona del pedregal; el cielo visto desde la superficie del mar… Tuve que
murmurar mi adiós en un lugar muy feo, ruidoso y confuso. Es curioso que ahora
cada que voy hacia el trabajo pasaré por ahí. Así es el destino, no siempre
deja que mi imaginación lo acompañe.
Siento cierta ansiedad de saber que aquí se acaban estas
Páginas, han sido un gran ejercicio para mi fuerza de voluntad, que más de una
noche se sintió quebrada y dejó a medias líneas que por la mañana me obligué a
terminar. Sé que hay muchas Páginas que nunca volveré a leer, que desearía
desaparecer, pero que dejaré aquí como un recordatorio de esto que sentí.
Es curiosa la manera en que el enamoramiento nos
transforma, pero lo es todavía más, lo que el desenamoramiento logra. No sé
bien si cuando uno transita de uno al otro puede ver con claridad la línea que
los divide, yo no lo he hecho, algunos momentos, cualquier terrible detalle
(canción, verso, árbol, gota de lluvia, beso, suspiro…) me ataca y creo sentir
que nada ha cambiado, esta sensación cada vez dura menos, la realidad llega con
prontitud a mi rescate y la vida continua… ha continuado, bastante bien en las
últimas dos decenas de días. Mi salud ha mejorado, sonrío más, nuevas
oportunidades llegan, sé que no necesitaré cruzar un océano para encontrarme.
[***]
Hay algunas cosas que deseo enumerar y agradecer, algunas
quedaron signadas en asteriscos y encerradas entre corchetes; otras merecen
escapar a esa censura: (tu sonrisa que mis tacto no olvidará; la alegría de sentir
que se puede dar todo a alguien que no conocía; las ganas de compartir nuevamente
el camino; la paz que halle entre tus brazos; mi piel que se despertaba al
paseo de tus dedos en mi espalda; la rabia, los celos y la ansiedad de una
ausencia; el temor de no poder olvidar; el coraje para entender que no basta el
amor…)
El listado que hice me recordó, y no es de sorprender, a
cierto poema de un argentino cuyo deseo de escribir de manera simultánea la
multitud de cosas que veía (cuando la oscuridad aún no le ganaba los ojos) sentí
compartido una noche en que habría deseado, en aquel absurdo correo, escribir
todo lo que sentía y pensaba. Ese cierto poema me regaló una Navidad muy feliz
cuando empezaba a conocerte. “El otro poema de los dones” por si a alguien le
interesaba saber de qué rayos hablo.
En fin, la Página 100 se extendió de más, como pasa a
veces con los finales que postergamos por miedo a sentir que se ha perdido
parte del corazón.