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viernes, 31 de julio de 2015

Gacela del amor maravilloso

Federico García Lorca

Con todo el yeso
de los malos campos,
eras junco de amor, jazmín mojado.

Con sur y llama
de los malos cielos,
eras rumor de nieve por mi pecho.

Cielos y campos
anudaban cadenas en mis manos

Campos y cielos

azotaban las llagas de mi cuerpo.
Gacela del amor matutino

Federico García Lorca

Por el arco de Elvira
quiero verte pasar,
para saber tu nombre
y ponerme a llorar.

¿Qué luna gris de las nueve
te desangró la mejilla?
¿Quién recoge tu semilla
de llamaradas en la nieve?
¿Qué alfiler de cactus breve
asesina tu cristal?...

Por el arco de Elvira
voy a verte pasar,
para beber tus ojos
y ponerme a llorar.

¡Qué voz para mi castigo
levantas por el mercado!
¡Qué clavel enajenado
en los montones de trigo!
¡Qué lejos estoy contigo,
qué cerca cuando te vas!

Por el arco de Elvira
voy a verte pasar,
para sentir tus muslos
y ponerme a llorar.



jueves, 30 de julio de 2015

Gratitud

Oliverio Girondo

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.


Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí toda el agua que va rumbo a tus cántaros. Tu nombre, tu alegría… Nadie lo sabe; ni tú misma a solas.

En una de esas tardes...

Carlos Pellicer

En una de esas tardes
sin más pintura que la de mis ojos,
te desnudé
y el viaje de mis manos y mis labios
llenó todo tu cuerpo de rocío.

Aquel mundo amanecido por la tarde,
con tantos episodios sin historias,
fue silenciosamente abanderado
y seguido por pueblos de ansiedades.

Entre tu ombligo y sus alrededores
sonreían los ojos de mis labios
y tu cadera,
esfera en dos mitades,
alegró los momentos de agonía
en que mi vida huyó para tu vida.

Estamos tan presentes,
que el pasado no cuenta sin ser visto.
No somos lo escondido;
en el torrente de la vida estamos.

Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí
toda el agua que va rumbo a tus cántaros.
Tu nombre, tu alegría…
Nadie lo sabe;
ni tú misma a solas.

miércoles, 29 de julio de 2015

Página 100
Cuando el cuento terminó

La tarde de la Página 97, pude murmurar el “adiós” que alguna vez pedí, ese que pensé varias veces, ese que antes realmente no deseaba decir. Supongo que no lo escuchaste, supongo que no era necesario. Cuando uno imagina los sucesos de la vida, al menos cuando yo lo hago, gusto de escenarios que me llenan la mirada: una larga y robusta mesa de madera con aroma de chocolate rondando; la vista de parte de la ciudad desde la corona del pedregal; el cielo visto desde la superficie del mar… Tuve que murmurar mi adiós en un lugar muy feo, ruidoso y confuso. Es curioso que ahora cada que voy hacia el trabajo pasaré por ahí. Así es el destino, no siempre deja que mi imaginación lo acompañe.
            Siento cierta ansiedad de saber que aquí se acaban estas Páginas, han sido un gran ejercicio para mi fuerza de voluntad, que más de una noche se sintió quebrada y dejó a medias líneas que por la mañana me obligué a terminar. Sé que hay muchas Páginas que nunca volveré a leer, que desearía desaparecer, pero que dejaré aquí como un recordatorio de esto que sentí.
            Es curiosa la manera en que el enamoramiento nos transforma, pero lo es todavía más, lo que el desenamoramiento logra. No sé bien si cuando uno transita de uno al otro puede ver con claridad la línea que los divide, yo no lo he hecho, algunos momentos, cualquier terrible detalle (canción, verso, árbol, gota de lluvia, beso, suspiro…) me ataca y creo sentir que nada ha cambiado, esta sensación cada vez dura menos, la realidad llega con prontitud a mi rescate y la vida continua… ha continuado, bastante bien en las últimas dos decenas de días. Mi salud ha mejorado, sonrío más, nuevas oportunidades llegan, sé que no necesitaré cruzar un océano para encontrarme.


[***]

            Hay algunas cosas que deseo enumerar y agradecer, algunas quedaron signadas en asteriscos y encerradas entre corchetes; otras merecen escapar a esa censura: (tu sonrisa que mis tacto no olvidará; la alegría de sentir que se puede dar todo a alguien que no conocía; las ganas de compartir nuevamente el camino; la paz que halle entre tus brazos; mi piel que se despertaba al paseo de tus dedos en mi espalda; la rabia, los celos y la ansiedad de una ausencia; el temor de no poder olvidar; el coraje para entender que no basta el amor…)
            El listado que hice me recordó, y no es de sorprender, a cierto poema de un argentino cuyo deseo de escribir de manera simultánea la multitud de cosas que veía (cuando la oscuridad aún no le ganaba los ojos) sentí compartido una noche en que habría deseado, en aquel absurdo correo, escribir todo lo que sentía y pensaba. Ese cierto poema me regaló una Navidad muy feliz cuando empezaba a conocerte. “El otro poema de los dones” por si a alguien le interesaba saber de qué rayos hablo.

            En fin, la Página 100 se extendió de más, como pasa a veces con los finales que postergamos por miedo a sentir que se ha perdido parte del corazón. 

martes, 28 de julio de 2015

de cuando nacen los deseos incontenibles de mirar...

Primavera primera
Nabuco es un ciervo colorado.
Tal como les pasa a todos los ciervos, sobre su cabeza crecen árboles. Algunos los llaman “astas” o “cornamenta”.
A las hembras de ciervo les encantan los muchachos llenos de ramas. Ellos vagan por los bosques comiendo semillas, raíces, hojas y hasta corteza con la esperanza de que, cuando llegue la primavera, crezcan sobre sus cabezas árboles robustos y vistosos.
Allí estaba Nabuco aquella tarde, todo primavera, echado sobre el pasto, al sol, pensando en cuánto éxito tendría con las cervatillas esta temporada. Tenía la cabeza llena de largas ramas con puntas blancas que parecían querer tocar el cielo.
Pero, la tranquilidad estaba a punto de terminar.
Soplaba un viento suave y en brazos de esa brisa llegó volando una mariposa.
La vida de Nabuco jamás volvería a ser la misma.
Distraída, la mariposa se posó en lo más alto de una de las ramas del joven ciervo.
Nabuco descubrió, entonces, el poder arrasador de lo frágil.
Quedó inmóvil, por temor a molestar a aquella increíble criatura.
El aleteo de la mariposa le hizo sentir a Nabuco un temblor que jamás había experimentado. Creció en él un deseo incontenible de mirarla. Sin mover la cabeza, llevó los ojos hasta límites imposibles. Su mirada se llenó de colores cuando descubrió el dibujo en aquellas alas. Lo que vio lo colmó de emoción. Sintió un nudo en la garganta. Lloró en silencio. Se concentró al máximo para poder sentir el peso mínimo de aquel cuerpecito posado sobre él. Lo adivinó… y sintió el roce de las patitas en sus breves movimientos. Le pareció que la cosquilla que aquel roce le provocaba, lo haría volar.
Pero fue al escuchar la voz, apenas perceptible, de aquella criatura maravillosa, cuando Nabuco se dio cuenta de que su corazón ya no le pertenecía. Estaba perdidamente enamorado.


Ariel Navalesi