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sábado, 30 de noviembre de 2013

In memorian

El cuarto movimiento

Le Réveillon
Óscar Wilde
El cielo está manchado con espasmos de rojo,
huyen las brumas envolventes y las sombras;
el alba se levanta desde el mar
como una blanca dama de su lecho.

Y caen flechas melladas, insolentes
a través de las plumas de la noche,
y una ola larga de luz gualda
rompe en silencio sobre torre y casa,

y extendiéndose amplia sobre el campo inculto
un batir de alas que despiertan al vuelo,
castaños que se agitan en la copa

y ramas con estrías de oro.

Me voy de aquí, no quiero más oírme

En horas de insomnio
Miguel de Unamuno
Me voy de aquí, no quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
ya falta así de confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.

No hallo fuera de mí en que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.

Oh triste soledad, la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos, ermitaño.

He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos, soy me extraño

a mí mismo y descubro no vivía.

no más tardes como esta

Y qué se hace con la sensación de ser ajeno, de no pertenecer, de no ser… hay tardes como esta en que las sonrisas y las palabras se perciben como a través de una suave bruma que nos impide ver las finas comisuras, escuchar el terso timbre de aquella voz.
La mayor parte de las veces suele pasarme cuando he llegado a un lugar por obligación, pero hoy acudí por propia decisión y no supe qué más hacer para quitarme de la mente, del corazón, de la piel, la sensación de sobrar, de estar de más… de no pertenecer. Sólo pude beber un té  y resguardarme en los cristales empeñados por el  vapor olor a frambuesa.

Ocultar la mirada como un alma que sabe ha hecho mal, como un animal asustado, como yo que amanecí con tantas ganas de correr y no parar y dejar que el mundo ruede sin importar qué está bien y qué mal. Mañana es día de fiesta, de risas y de mandar al diablo todo esto por un rato. 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda...
Fernando Pessoa

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...

Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...

No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.

Llueve. Nada en mí siente...
El hombre tiene una intención: ver con ella el amanecer. La mujer muere de frío. Hace el esfuerzo. Se aburren. Deciden entrar al departamento y hacer el amor. El amanecer los toma así, por sorpresa, deslizándose como lluvia por la ventana. Hermoso momento. En algo se lo deben al amanecer. No es de día. Tampoco de noche. El amanecer pertenece a otra categoría. Los que hemos tenido la oportunidad de enfrentarlo en las peores condiciones lo sabemos. Algo oculta cada amanecer. Y llegas a casa fastidiado. Hay amaneceres que no son para ti. También hay amaneceres en los que mueres un poquito. Revives al medio día. O no lo haces. Mandas a la mierda muchas cosas al amanecer.

jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Y si llegaras tarde, y encontraras (tan solo) las cenizas heladas de la espera?

Poema impaciente
Emilio Ballagas
¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargadas?

¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos.)

¿Y si llagaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oír abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de tus rosas?

¿Y si llegaras tarde,
y encontraras (tan solo)

las cenizas heladas de la espera?

a 257 años de su nacimiento

La noche
William Blake

Desciende el sol por el oeste,
brilla el lucero vespertino;
los pájaros están callados en sus nidos,
y yo debo buscar el mío.
La luna, como una flor
en el alto arco del cielo,
con deleite silencioso,
se instala y sonríe en la noche.
Adiós, campos verdes y arboledas dichosas
donde los rebaños hallaron su deleite.
Donde los corderos pastaron, andan en silencio
los pies de los ángeles luminosos;
sin ser vistos vierten bendiciones
y júbilos incesantes,
sobre cada pimpollo y cada capullo,
y sobre cada corazón dormido.
Miran hasta en nidos impensados
donde las aves se abrigan;
visitan las cuevas de todas las fieras,
para protegerlas de todo mal.
Si ven que alguien llora
en vez de estar durmiendo,
derraman sueño sobre su cabeza
y se sientan junto a su cama.

Cuando lobos y tigres aúllan por su presa,
se detienen y lloran apenados;
tratan de desviar su sed en otro sentido,
y los alejan de las ovejas.
Pero si embisten enfurecidos,
los ángeles con gran cautela
amparan a cada espíritu manso
para que hereden mundos nuevos.
Y allí, el león de ojos enrojecidos
vertirá lágrimas doradas,
y compadecido por los tiernos llantos,
andará en torno de la manada,
y dirá: "La ira, por su mansedumbre,
y la enfermedad, por su salud,
es expulsada
de nuestro día inmortal.
Y ahora junto a ti, cordero que balas,
puedo recostarme y dormir;
o pensar en quien llevaba tu nombre,
pastar después de ti y llorar.
Pues lavada en el río de la vida
mi reluciente melena
brillará para siempre como el oro,

mientras yo vigilo el redil.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

A veces soledad, otras silencio, pero ante todo, campo: padre-nuestro.

Campo nuestro

Oliverio Girondo
En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,

pero ante todo, campo: padre-nuestro.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Los ojos dicen cosas que escondemos en el laberinto del idioma

Apenas hemos dicho de las palabras otras palabras. Apenas hemos erigido una retórica acerca de otra retórica. Un incendio en medio del fuego. Agua que se arroja al mar.

Pero las palabras son otra cosa.

De ellas, prefiero los aullidos que contienen siempre una intensidad que nos desplaza hacia el grito, la rabia, el amor.

También los gestos guturales que hacemos cuando estamos en el centro del dolor o del placer. O el impecable silencio del asombro. O la lluvia terca de las lágrimas.

Los ojos dicen cosas que escondemos en el laberinto del idioma o en las máscaras elusivas de la ficción.

Ningún recuerdo querido cabe en una frase o en un relato, ni siquiera en el tiempo, y por eso subsiste y mejora gracias a la melancolía y la nostalgia. En todo recuerdo amado somos nuevamente. La memoria nos reinventa, pero es imposible contarlo.

Nuestros sueños están hechos de imágenes intraducibles.

Sin embargo, a pesar de todo, nos contamos el mundo con palabras. Nos justificamos o sobrevivimos por medio de códigos, entre semánticas.

Vivimos en el espejo del lenguaje. Jamás en la realidad de la desolación o del gozo. Nuestra fe está hecha de signos. Esa es nuestra condenación. Ese es nuestro sentido.

De allí que el hombre sea un animal agazapado entre sus propios monstruos. Entre bestias que jamás se van a comprender aunque se miren de frente.

Y de todas las bestias surge una música. Esta vez muy clara y tan oscura...


Eduardo Villalobos

No soy el mar, no soy el cielo, ni tampoco soy el mundo en que tú vives.

Mina
Vicente Aleixandre

Calla, calla. No soy el mar, no soy el cielo,
ni tampoco soy el mundo en que tú vives.
Soy el calor que sin nombre avanza sobre las piedras frías,
sobre las arenas donde quedó la huella de un pesar,
sobre el rostro que duerme como duermen las flores
cuando comprenden, soñando, que nunca fueron hierro.

Soy el sol que bajo la tierra pugna por quebrantarla
como un brazo solísimo que al fin entreabre su cárcel
y se eleva clamando mientras las aves huyen.

Soy esa amenaza a los cielos con el puño cerrado,
sueño de un monte o mar que nadie ha transportado
y que una noche escapa como un mar tan ligero.

Soy el brillo de los peces que sobre el agua finge una red de deseos,
un espejo donde la luna se contempla temblando,
el brillo de unos ojos que pueden deshacerse
cuando la noche o nube se cierran como mano.

Dejadme entonces, comprendiendo que el hierro es la salud de vivir,
que el hierro es el resplandor que de sí mismo nace
y que no espera sino la única tierra blanda a que herir como muerte,
dejadme que alce un pico y que hienda a la roca,
a la inmutable faz que las aguas no tocan.

Aquí a la orilla, mientras el azul profundo casi es negro,
mientras pasan relámpagos o luto funeral, o ya espejos,
dejadme que se quiebre la luz sobre el acero,
ira que, amor o muerte, se hincará en esta piedra,
en esta boca o dientes que saltarán sin luna.

Dejadme, sí, dejadme cavar, cavar sin tregua,
cavar hasta ese nido caliente o pulmón tibio,
hasta esa carne dulce donde duermen los pájaros,

los amores de un día cuando el sol luce fuera.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Hasta en la ausencia estás viva...

Décima muerte
Xavier Villaurrutia

¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida conciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo.

Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?

Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte.

Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
luminosa, eterna y pura,
en materia de diamante.

No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber quede ti me adueño,
sentir que muero despierto.

La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será clásico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible acaso,
vivir después de haber muerto.

En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay el misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante.

Hasta en la ausencia estás viva:
porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío.

Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?

En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en la vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza

no hay hora en que yo no muera!

jueves, 21 de noviembre de 2013

Otra vez el tiempo te ha traído al cerco de mis sueños funerales

Sonata
Álvaro Mutis

Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.

El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de las páramos.

De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que enjuta la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme

a llegar hasta el fin de cada día.
Este corazón que late junto a mi corazón...
James Joyce

Este corazón que late junto a mi corazón
     Es mi esperanza y toda mi fortuna,
Desdichado cuando nos separarnos
     Y feliz entre beso y beso;
Mi esperanza y toda mi fortuna -¡Sí!-
Y toda mi ventura.

Pues allí, al igual que en nidos musgosos
     Los reyezuelos amontonan múltiples tesoros,
Deposité los caudales que yo tenía
Antes de que mis ojos hubieran aprendido a llorar.
¿No seremos de su misma sensatez
aunque el amor no viva sino un día?

lunes, 18 de noviembre de 2013

Vi que estabas...
Blas de Otero
Volví la frente: Estabas. Estuviste
esperándome siempre.
Detrás de una palabra
maravillosa, siempre.

Abres y cierras, suave, el cielo.
Como esperándote, amanece.
Cedes la luz, mueves la brisa
de los atardeceres.

Volví a la vida; vi que estabas
tejiendo, destejiendo siempre.
Silenciosa, tejiendo
(tarde es, amor, ya tarde y peligroso.)
y destejiendo nieve...


sábado, 16 de noviembre de 2013

ad hoc para hoy...

Sábado
Alfonsina Storni

Me levanté temprano y anduve descalza
por los corredores: bajé a los jardines
y besé las plantas
absorbí los vahos limpios de la tierra,
tirada en la grama;
me bañé en la fuente que verdes achiras
circundan. Más tarde, mojados de agua
peiné mis cabellos. Perfumé las manos
con zumo oloroso de diamelas. Garzas
quisquillosas, finas,
de mi falda hurtaron doradas migajas.
luego puse traje de clarín más leve
que la misma gasa.

De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo
mi sillón de paja.
fijos en la verja mis ojos quedaron,
fijos en la verja.

El reloj me dijo: diez de la mañana.
Adentro un sonido de loza y cristales:
comedor en sombra; manos que aprestaban
manteles.

Afuera, sol como no he visto
sobre el mármol blanco de la escalinata.
fijos en la verja siguieron mis ojos,
fijos. Te esperaba.


viernes, 15 de noviembre de 2013

La soledad en que hemos abierto los ojos

Mirada final

Vicente Aleixandre

La soledad en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede reconocerse.
Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no
es, y ve aparecer sus miembros,
y se palpa: Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo, y
esta mi pierna, e intacta está mi cabeza;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge,
no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos y el cielo destella
con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo
azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado toda la
vida como un instante, me miro.
¿Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? Me preguntaré así
cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte,
recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la
hondonada, en el fin, mire un cielo
piadosamente brillar

No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo
una tierra que se sacude al levantarse, para acabar cuando el
largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía
misma, hubiera al fin de expulsar.
No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible
y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo mira,
contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo

los párpados,  en el fin el cielo piadosamente brillar.