Campo nuestro
Oliverio Girondo
En lo alto de esas
cumbres agobiantes
hallaremos laderas y
peñascos,
donde yacen metales,
momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa
certidumbre
de que antes de
humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el
ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva presencia o
fiel memoria
desde mis más remota
prehistoria.
Mucho antes de intimar
con los palotes
mi amistad te abrazaba
en cada poste.
Chapaleando en el cielo
de tus charcos
me rocé con tus ranas y
tus astros.
Junto con tu recuerdo se
aproxima
el relente a distancia y
pasto herido
con que impregnas las
botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo
perdido?
hasta encontrarlo dentro
de uno mismo.
Siempre volvemos, campo,
de tus tardes
con un lucero
humeante...
entre los labios.
Una tarde, en el mar, tú
me llamaste,
pero en vez de tu
escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un
campo equívoco
de andares voluptuosos y
evasivos.
Me llamaste, otra vez,
con voz de madre
Y en tu silencio sólo
halló una vaca
junto a un charco de
luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante
tu nada.
Cuando me acerco, pampa,
a tu recuerdo,
te me vas, despacio,
para adentro...
al trote corto, campo,
al trotecito.
Aunque me ignores,
campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo.
Desensilla.
Deja de ser eterna
lejanía.
Cuanto más te repito y
te repito
quisiera repetirte al
infinito.
Nunca permitas, campo,
que se agote
nuestra sed de horizonte
y de galope.
Templa mis nervios,
campo ilimitado,
al recio diapasón del
alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi
mano.
Dondequiera que vayas te
acompaño.
Si no hubieras andado
siempre solo
¿todavía tendrías voz de
toro?
Tu soledad, tu
soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro,
noche y día,
como si fuera, campo,
mate amargo.
A veces soledad, otras
silencio,
pero ante todo,
campo: padre-nuestro.