Día ocho.
Llegado de su mano
Gilberto
Owen
La
ilusión serpentina del principio
me
tentaba a morderte fruto vano
en
mi tortura de aprendiz de magia.
Luego,
te fuiste por mis siete viajes
con
una voz distinta en cada puerto
e idéntico quemarte en mi agonía.
Lascivia
temblorosa de las tardes de lluvia
cuando
tu cuerpo balbucía en Morse
su
respuesta al mensaje del tejado.
Y
la desesperada de aquel amanecer
en
el Bowery, transidos del milagro,
con
nuestro amor sin casa entre la niebla.
Y
la pluvial, de una mirada sola
que
te palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida
en carmesí lluvia de sangre.
Y
la que se quedó en bajorrelieves
en
la arena, en el hielo y en el aire,
su
frenesí mayor sin ti presencia.
Y
la que no me atrevo a recordar,
y la que me repugna recordar,
y la que ya no puedo recordar.
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