Resignado
oiría las últimas oraciones, los últimos latinajos mal respondidos por los
acólitos. El frío lleno de polvo y de huesos del cementerio penetrará hasta sus
huesos y tal vez disipe un poco ese "olor". Tal vez -¡quién sabe!- la
inminencia del momento le haga salir de ese letargo. Cuando se sienta nadando
en su propio sudor, en una agua viscosa, espesa, como estuvo nadando antes de
nacer en el útero de su madre. Tal vez entonces esté vivo.
Pero
estará ya tan resignado a morir, que acaso muera de resignación.
García
Márquez, “La tercera resignación”
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