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jueves, 17 de abril de 2014

quiero creer que nunca se resignó...

Resignado oiría las últimas oraciones, los últimos latinajos mal respondidos por los acólitos. El frío lleno de polvo y de huesos del cementerio penetrará hasta sus huesos y tal vez disipe un poco ese "olor". Tal vez -¡quién sabe!- la inminencia del momento le haga salir de ese letargo. Cuando se sienta nadando en su propio sudor, en una agua viscosa, espesa, como estuvo nadando antes de nacer en el útero de su madre. Tal vez entonces esté vivo.
Pero estará ya tan resignado a morir, que acaso muera de resignación.

García Márquez, “La tercera resignación”

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