Durante
algunas noches hice el intento: segundos antes de cerrar los ojos para hundirme
en una pantanosa oscuridad te decía adiós seleccionándote desde mi catálogo del
imaginario. Adiós a lo que habías venido a significar en un determinado momento
de mi vida. Adiós a lo que había sido. No obstante, al amanecer, empujada por
la primera luz de la mañana, descubría, no sin cierto asombro, que insistías en permanecer en mi memoria, como si
te sostuvieras sobre esos periodos oníricos, propios de los románticos alemanes,
para hacer más sólida tu presencia, incluso multiplicándote en otros hombres que
aparecían en mis sueños. De tal suerte que, con el paso de los días, ya presa
ya de crisis insomnes, llegué a la conclusión de que contigo el adiós siempre
será más complicado de lo que parece.
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