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lunes, 14 de abril de 2014

Lupi en domingo

 ¿Recuerdas los violines de esa tarde Adán? No sé porque le pregunté eso, a decir verdad yo no los recordaba hasta ese instante. Cuando pasó el trago de café, bajó lentamente la taza, me miró y con una mueca de esas que simulan sonrisa, respondió que sí. Hablamos tanto de las cosas que han cambiado, de las jacarandas que alfombraban cierto campo en el febrero cuando los caminos se volvieron a cruzar, de las ansias y la nostalgia de lo que no será.
                En su cabello las canas ganan la batalla, le va bien esa derrota; durante el silencio hubo muchas miradas: unas disimuladas, otras curiosas y sobre todo hubo miradas  tiernas, porque no importan los años que han pasado somos nosotros. Él con la tristeza en los ojos, con su masticada idea de la soledad como único medio para curarse de la felicidad perdida; yo con mis ganas de correr y los sueños de mariposa de Chan Tzu.
                Habían pasado un par de horas desde que nos encontramos en el pasillo de la tienda, un par de horas desde que tocó mi mano que buscaba un separador curioso que acompañara mi relectura de ciertos nocturnos. Ahora tenía mi mano otra vez, yo la suya, cuatro manos, dos personas, una mirada.  ̶  Resulta peor con los años, ya no hay límites que cruzar y aún así tu boca es tan tentadora, llamó al mesero para pedir el segundo café.
                Puedo asegurar que mis mejillas estaban  a punto de carmín y no pude más que mirar la ventana, qué bien se veía ese jardín con su fuente de lupi. Dos tazas más llegaron a la mesa, dos tazas más que se diluyeron entre risas venidas de un par de recuerdos sobre la clase de Literatura universal de aquel año dos mil, donde  se leía a García Márquez  con avidez de llegar a los pasajes donde Eréndida desnuda se aferraba a su primer amor.  ̶  ¿Sabes?, la universidad fue tan distinta, casi nadie lee en voz alta, casi nadie enseña a sentir los textos, ¡carajo, a nadie le importa la tristeza! Bebí más café.
                El repaso de los años nunca tiene final, las redes crecen, cambian, se enredan y se rompen cuando hay algo que omitir. Yo omití mi idea de no haber hecho nada de mi vida, me dio pena decirle que en 30 años he logrado nada, que hay días en que me siento tan vulnerable como cuando me obligó a escribir esa autobiografía. Él omitió las lágrimas al hablar de la muerte de su madre, de la mañana en que Minatitlán dejó de ser su hogar porque las raíces se habían secado y estaban bajo tierra.
                Miró el reloj, aun había sol, pero ya era tarde… pensé por un instante en cómo se da por terminado un encuentro como este, cómo se inicia la despedida de una partida que no se desea. Recordé que en los últimos meses he tenido una sensación similar con frecuencia, he sentido ganas de no soltar cierta mano.  

 ̶ ¿Aún te gusta caminar? Esa no era la manera de terminar el encuentro, sino de aplazarlo.  ̶  Sí, sobre todo, si el Sol está por retirarse. Salimos del lugar y el domingo quizá no terminó. 


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