Translate

martes, 27 de octubre de 2015

Sobre la ebriedad del amor, cuando bajo mi pecho brillas con el secreto brillo íntimo que sólo la piel de mi pecho conoce, yo sufro de soledad, oh siempre allí postreramente desconocida.

No te conozco
Vicente Aleixandre
¿A quién amo, a quién beso, a quién no conozco?
A veces creo que beso solo a tu sombra en la tierra,
a tu sombra para mis brazos humanos.
Y no es que yo niegue tu condición de mujer,
oh nunca diosa que en mi lecho gimes.
Pero yo nunca gimo de alegría cuando te estrecho.
Sobre la ebriedad del amor, cuando bajo mi pecho brillas
con el secreto brillo íntimo que sólo la piel de mi pecho
                                                                        conoce,
yo sufro de soledad, oh siempre allí postreramente
                                                                    desconocida.
Nunca: cuando la unidad del amor grita su victoria en la
                                                                 ya única vida,
algo en mí no te conoce en la oscura sombra estremecida
que bajo el dulce peso del amor me sostiene
y me lleva en sus aguas iluminadamente arrastrado.
Yo brillando arrastrado sobre tus aguas vivas,
a veces oscuras, con mezcladas ondas de plata,
a veces deslumbrantes, con gruesas bandas de sombra.
Pero yo, sobre el hondo misterio, desconociéndolas.

Natación del amor sobre las aguas mortales,
sobre las que gemir flotando sobre el abismo,
hondas aguas espesas que nadie revela
y que llevan mi cuerpo sobre ausencias o sombras.

Entonces, cerrado tu cuerpo bajo la zarpa ruda,
bajo la delicada garra que arranca toda la música de tu
                                                                carne ligera,
yo te escucho y me sobrecojo de la secreta melodía,
del irreal sonido que de tu vida me invade.

Oh, no te conozco: ¿quién canta o quién gime?
¿Qué música me penetra por mis oídos absortos?
Oh, cuán dolorosamente no te conozco,
cuerpo amado que no hablas para mí que no escucho.


domingo, 25 de octubre de 2015

Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado [...]


-J. Cortázar

jueves, 17 de septiembre de 2015

Tú alargaste crepúsculos en mis manos sedientas: yo devoré en el pan tus trágicos estíos

Al dejar un alma

Carlos Pellicer

Agua crepuscular, agua sedienta,
se te van como sílabas los pájaros tardíos.
Meciéndose en los álamos el viento te descuentan
la dicha de tus ojos bebiéndose en los míos.

Alié mi pensamiento a tus goces sombríos
y gusté la dulzura de tus palabras lentas.
Tú alargaste crepúsculos en mis manos sedientas:
yo devoré en el pan tus trágicos estíos.       

Mis manos quedarán húmedas de tu seno.
De mis obstinaciones te quedará el veneno,
flotante flor de angustia que bautizó el destino.

De nuestros dos silencios ha de brotar un día
el agua luminosa que dé un azul divino

al fondo de cipreses de tu alma y de la mía.

jueves, 10 de septiembre de 2015

El amor
Efraín Huerta
El amor viene lento como la tierra negra,
como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de granizo o fría seda educada.

Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.

Yo camino en silencio por donde lloran piedras
que quieren ser palomas, o estrellas,
o canarios: voy entre campanas.
Escucho los sollozos de los cuervos que mueren,
de negros perros semejantes a tristes golondrinas.

Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta,
tu azul melancolía, tu garganta morena
y esa voz de cuchillo que domina mis nervios.
Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento,
el olor de la niebla, el murmullo del tiempo.

Enséñame tu forma de gran lirio salvaje:
cómo viven tus brazos, cómo alienta tu pecho,
cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas
y en tus largos cabellos las dolientes violetas.

Yo camino buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa de ala, tu sonrisa de fiebre.
Yo voy por el amor, por el heroico vino
que revienta los labios. Vengo de la tristeza,
de la agria cortesía que enmohece los ojos.

Pero el amor es lento, pero el amor es muerte
resignada y sombría: el amor es misterio,
es una luna parda, larga noche sin crímenes,
río de suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta maldad hija de una Poesía
que todavía rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y agua, bendiciones y penas.

Te busco por la lluvia creadora de violencias,
por la lluvia sonora de laureles y sombras,
amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada,

finalmente destruida por un alba de odio.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido? hasta encontrarlo dentro de uno mismo. Siempre volvemos, campo, de tus tardes con un lucero humeante... entre los labios.

Campo nuestro
Oliverio Girondo
En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
pero jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.
Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mis más remota prehistoria.
Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.
Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.
Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.
Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.
Siempre volvemos, campo, de tus tardes
con un lucero humeante...
entre los labios.
Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.
Me llamaste, otra vez, con voz de madre
Y en tu silencio sólo halló una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.
Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacio, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.
Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.
Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.
Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.
Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.
Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.
Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.
Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?
Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.
A veces soledad, otras silencio,

pero ante todo, campo: padre-nuestro.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Las cosas: hay que escribirlas para no olvidarlas.

280. Asquerosidades. Un par en la vida.
Se detuvo un instante para pensar. Empezó de nuevo.
Después se pagan.
Releyó. Todo en orden. Cerró el pequeño cuaderno y se lo metió en el bolsillo.
Por todas partes, Quinnipak se asaba bajo el sol de mediodía.
La del cuadernillo era una historia que había empezado —como se desprende de los hechos relatados— doscientos ochenta días antes, es decir, en el día que Pehnt celebró su octavo cumpleaños. Con cierto carácter intempestivo, el chico ya había intuido, entonces, que la vida es un tremendo lío y que, por regla general, estamos llamados a afrontarla en un estado de absoluta y radical falta de preparación. Sobre todo lo desconcertaba —no sin razón— la cantidad de cosas que había que aprender para sobrevivir a las incógnitas de la existencia (que eran, precisamente, tantas):
miraba el mundo, veía un ingente número de objetos, personas, situaciones y comprendía que sólo en aprender el nombre de todas aquellas cosas —todos los nombres, uno a uno— emplearía una vida. No se le escapaba que en esto se escondía cierta paradoja.
«Hay demasiado mundo», pensaba. Y buscaba una solución.
La idea se le ocurrió, como ocurre a menudo, como extensión lógica de una experiencia banal.
Frente a la enésima lista de la compra que la señora Abegg le puso en la mano antes de enviarlo al Bazar Fergusson e Hijos, Pehnt comprendió, en un instante de nouménica iluminación, que la solución se hallaba en la astucia de catalogar. Si uno, a medida que aprendía las cosas, se las apuntaba, obtendría al final un completo catálogo de las cosas que debía aprender, consultable en cualquier momento, actualizable y eficaz contra eventuales pérdidas de memoria. Intuyó que escribir una cosa significa poseerla, ilusión hacia la que se inclina una parte no desdeñable de la humanidad. Pensó en centenares de páginas abarrotadas de palabras y sintió que el mundo le daba un poco menos de miedo.
—No es mala idea —observó Pekisch—. Claro que no podrás escribirlo todo en ese librito, pero anotar las cosas principales ya sería un buen resultado. Podrías seleccionar una cosa al día, eso es. Hay que establecer reglas cuando se emprenden empresas como ésta. Cada día, una cosa. Debería funcionar... Digamos que en diez años podrías llegar a tres mil seiscientas cincuenta y tres cosas aprendidas. Ya sería una buena base. Una de esas cosas que te permite despertar cada mañana más tranquilo. No será un esfuerzo gratuito, chico. A Pehnt le pareció un razonamiento convincente. Optó por la solución «Una cosa cada día». Con motivo de su octavo cumpleaños Pekisch le regaló un cuaderno de tapas violetas. Aquella misma noche empezó la meticulosa tarea que le habría de acompañar durante años. Releída retrospectivamente, la primera anotación revela una mente significativamente predispuesta al rigor metodológico de la ciencia.
11.     Las cosas: hay que escribirlas para no olvidarlas.


Alessandro Baricco, Tierras de cristal

jueves, 27 de agosto de 2015

9 de diciembre de 1875
Querida Gertrude:
¿Sabes una cosa? Ya no se pueden enviar besos por correo: el paquete pesa tanto que resulta muy caro. Cuando el cartero me trajo tu última carta, me miró con aire severo y me dijo: “Tiene que pagar dos libras, señor. Exceso de peso”. […] “¡Por favor, señor cartero —le dije hincando gentilmente una rodilla en tierra […]— perdóneme por esta vez! Es de una niña”. “¿De una niña? —gruñó—, ¿y qué tienen de especial las niñas”. “Que son de azúcar y canela —empecé a decir—, y de todo lo que…”. * Pero él me interrumpió: “¡No me refiero a esto! Quiero decir qué tienen de bueno las niñas que mandan cartas tan pesadas”. “La verdad, no mucho”, dije con tristeza.
“Procure no recibir más cartas como esta —dijo él—, al menos que no sean de esta niña. La conozco bien y es bastante mala”. ¿Verdad que no es cierto? No creo que te haya visto siquiera. Y tú no eres mala, ¿o sí? Con todo, le prometí que nos escribiríamos muy poco. “Sólo dos mil cuatrocientas setenta cartas”, le dije. […]
Ya ves, a partir de ahora tendrás que llevar la cuenta y cuando lleguemos a la dos mil cuatrocientos setenta, no nos escribiremos más, a menos que el cartero nos dé permiso.
Tu querido amigo,

Lewis Carroll

domingo, 23 de agosto de 2015

Porque el tacto ilumina tu desnudo que a su trémulo encuentro se ha mudado en sal, paloma, vuelo, rosa y llama,


Poema donde amor dice...
Alí Chumacero
Eres el tallo que los ojos hiere
murmurando una luz anochecida;
eres aliento encadenado al fuego,
paloma navegando en la mirada
con inocencia de disuelto aroma.

Eres perfume espeso, flor vencida,
caricia de un aroma enamorado;
eres espacio donde se origina
un oscuro gemido prisionero,
como latido de ala en el rocío.

Eres lenta penumbra que los labios
cruza en silencio; apenas leve huella
de un sabor a la sombra derramado;
espuma prisionera en su cristal,
hecha sonido, luz, aroma y pluma.

Eres tal un murmullo transparente
en temblorosa vibración vertido;
eres flor de aire que navega incierta
como sonoro viaje hacia el oído
o aleteo herido de azucena.

Eres aroma preso entre mis manos
hasta decir caricia fugitiva;
una huida paloma sobre el cuerpo,
al contacto del mío temblorosa,
bajo el cálido vuelo de mi tacto.

Mas cruzas como un sueño desnudado,
fugaz como el correr del agua pura;
sueño que se desborda de su forma,
última espuma que en tu piel murmura
la postrera fatiga del deseo.

Sólo un aroma erige la blancura
o aurora de tu voz acariciada,
así de alba es la antigua ola
que urdida en sal y caracol asciende
y después en afán queda anegada.

Así también mis labios en silencio
reciben el murmullo de tu piel,
al oír a las alas de tus poros
convertirse en alientos y gemidos
y en un suave sudor de flor tranquila.

Entonces ya no labios, sino oídos
ardientes para asirte y contemplarte,
como a estatua bañada por la música
de una tristeza o ángel deslizado
que mordiera tu imagen silenciosa.

Porque el tacto ilumina tu desnudo
que a su trémulo encuentro se ha mudado
en sal, paloma, vuelo, rosa y llama,
y oye cómo por tu piel florece
y madura la sombra de la muerte.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas, rompiéndome en el filo del gozo o mansamente lamiendo las arenas asoleadas.

En el filo del gozo
Rosario Castellanos


I
Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:
que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme
y resbale en espuma deshecha y humillada.

Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,
palabras que los vientos dispensan como pétalos,
campanas delirantes al crepúsculo .

Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,
todo lo que los lagos atesoran de cielo
más el bosque y la piedra y las colmenas.

Cuajada de cosechas bailo sobre las eras
mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.

Venturosa ciudad amurallada,
ceñida de milagros, descanso en el recinto
de este cuerpo que empieza donde termina el mío.



II
Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,
rompiéndome en el filo del gozo o mansamente
lamiendo las arenas asoleadas.

Bajo tu tacto tiemblo
como un arco en tensión palpitante de flechas
y de agudos silbidos inminentes.

Mi sangre se enardece igual que una jauría
olfateando la presa y el estrago
pero bajo tu voz mi corazón se rinde
en palomas devotas y sumidas.



III
Tu sabor se anticipa entre las uvas
que lentamente ceden a la lengua
comunicando azúcares íntimos y selectos.

Tu presencia es el júbilo.
Cuando partes, arrasas jardines y transformas
la feliz somnolencia de la tórtola
en una fiera expectación de galgos.

Y, amor, cuando regresas
el ánimo turbado te presiente

como los siervos jóvenes la vecindad del agua.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

Destino
Rosario Castellanos

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
- antes que lo devoren -  ( cómplice, fascinado )
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.


jueves, 13 de agosto de 2015

y en la quietud nacida de este limpio silencio que por mi cuerpo corre, destrozados los labios, la voz y la palabra...

Desvelado amor
Alí Chumacero

Cayó desnuda, virgen, la palabra;
cayó la virgen desnudada
bajo mi cuerpo, trémulo latir
que hoy apenas si me pertenece
y me embriaga con cálido rumor,
rodea mi epidermis,
se introduce letal bajo mi lengua,
y mis párpados no lo miran
pero lo sienten desalado,
desolado que busca entre la noche
la amarga conjunción
de dos manos eternamente unidas
en el estrecho abrazo de la muerte.

Calló la voz. Mudos los labios
ciñéronse a la sombra
incendiando el incienso  de su caída flor;
tan quietos como el sueño que también esperaban
con ansiedad de ciego sobre el tacto;
descansando angustiosos como el árbol sin fruto
bajo la primavera. Y mi cuerpo cayó
a un desesperado cuerpo,
y desde entonces siente
cómo crecen sus nervios en una dura ruina
hecha de sombra y voz estremecidas
por el vivo temor de estrecharse a la noche,
como el mar a las aguas que lo nutren
o la voz a los labios, fuente muda;
y en la quietud nacida
de este limpio silencio que por mi cuerpo corre,
destrozados los labios, la voz y la palabra,
anclado entre mí mismo,
el fuego de mi tacto se adormece

en esta soledad bajo la flor del sueño.

la palabra de hoy: postergar

miércoles, 12 de agosto de 2015

Besos de amaneceres ciegos, donde la luz aún no nos mira pero nos moja sin parar.

Por la nuca te beso

Alberto Ruy Sánchez

Hay besos boca a boca
que comienzan en la nuca
como hay en la luna huellas 
de los labios del sol.

Besos como dedos
que se abren y se cierran
en la nuca,
que despeinan,
o alborotan las ideas
sembrando su flor de anhelo
en raíces
donde esos labios
no suelen ir.

Son besos silenciosos
que acechan
detrás de las orejas,
muerden lóbulos,
exploran laberintos,
asaltan parpados
y dejan miradas húmedas
que, claramente, no se ven.

Besos mudos
que tardan en llegar
a su cita estruendosa
con la lengua amada
porque vienen siempre
desde muy atrás.

Besos de amaneceres ciegos,
donde la luz aún no nos mira                                                        

    pero nos moja sin parar.