Sólo temblor
ardiente
Rubén
Bonifaz Nuño
Sólo
temblor ardiente, encandilando
hasta
el hueso orbital de la mirada,
llamarada
de pronto, las paredes
fueron
que me guardaban; y en el aire
sólo
espiga de pájaros mi torre.
Parado
al descubierto estoy, en medio
de
lo que fue la calle, en arrasado
territorio
de vida -ya ceniza,
ya
viento, ya vacío, ya camino
sin
comenzar, hacia los cuatro lados
infinitos
del círculo-.
Con
la sed soñolienta del minero
descenso
radical, con el anfibio
lento
acuático vuelo
del
nadador profundo, alucinado
tras
el pez de su rostro.
Y
si pregunto, no sé contestarme
en
qué estación de trenes, por vez última,
no
te encontré; qué instante ya caduco
era
para nosotros; conducida
por
qué veloz ventana miras; dónde,
ya
de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras
quedé de espaldas al buscarte.
Amiga,
si tan sólo fuera
dormir
y verte, amiga de aquel tiempo.
Venir
al sitio de lo tuyo,
al
terror de no hallarte, a mis entrañas;
al
sospechoso tránsito sonoro
como
de pasos tuyos en tu alcoba,
al
olor de tu armario, a tus vestidos
muertos
o tus zapatos bostezando.
Y
memorias molares desfiguran
el
insustituible pan celeste,
y
el golpe me despierta: la implacable
cerrazón
ominosa
del
zaguán de salida que me abriste.
Ámbito
de la cita a que no llegas;
la
cita a la que acaso vas llegando
cuando
ya no te espero. Hemos perdido
otra
ocasión para morirnos juntos.
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