Y
mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos
minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para
verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces
primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo),
luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo-Maga
que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la araña
Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te
movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera
como un alfil […]
Julio
Cortázar, Rayuela
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