La gran
alegría
Pablo Neruda
La
sombra que indagué ya no me pertenece.
Yo
tengo la alegría duradera del mástil,
la
herencia de los bosques, el viento del camino
y
un día decidido bajo la luz terrestre.
No
escribo para que otros libros me aprisionen
ni
para encarnizados aprendices de lirio,
sino
para sencillos habitantes que piden
agua
y luna, elementos del orden inmutable,
escuelas,
pan y vino, guitarras y herramientas.
Escribo
para el pueblo, aunque no pueda
leer
mi poesía con sus ojos rurales.
Vendrá
el instante en que una línea, el aire
que
removió mi vida, llegará a sus orejas,
y
entonces el labriego levantará los ojos,
el
minero sonreirá rompiendo piedras,
el
palanquero se limpiará la frente,
el
pescador verá mejor el brillo
de
un pez que palpitando le quemará las manos,
el
mecánico, limpio, recién lavado, lleno
de
aroma de jabón mirará mis poemas,
y
ellos dirán tal vez: "Fue un camarada".
Eso
es bastante, ésa es la corona que quiero.
Quiero
que a la salida de fábricas y minas
esté
mi poesía adherida a la tierra,
al
aire, a la victoria del hombre maltratado.
Quiero
que un joven halle en la dureza
que
construí, con lentitud y con metales,
como
una caja, abriéndola, cara a cara, la vida,
y
hundiendo el alma toque las ráfagas que hicieron
mi
alegría, en la altura tempestuosa.
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