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miércoles, 19 de marzo de 2014

del fracaso de las leyes en la vida

De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con sólo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había  acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no  encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras para recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. […]
En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por  Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo  de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los  tachos de basura, los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a  ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del  aplazamiento. Sé lo que es eso porque también obedezco a esas señales, también  hay veces en que me toca encontrar trapo rojo. Desde la infancia apenas se me  cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a  ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre  empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme  cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el  maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la  verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o  un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de  azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de  gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados.



Julio Cortázar, Rayuela

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