Seis años
después
Joseph
Brodsky
Hacía
tanto de la vida juntos que ya
el
dos de enero caía de vuelta un martes
haciendo
que la ceja de ella, asombrada, se alzara
como
un limpiaparabrisas en la lluvia,
para
que su tristeza empañada se fuera, y mostrase
el
camino despejado que esperaba delante.
Hacía
tanto de la vida juntos que una vez
empezó
a nevar, parecía interminable;
por
temor a que los copos la obligaran a cerrar
los
párpados, los atajé con la mano, ellos
simulando
no creer en aquella devoción de ojos,
me
golpetearon la palma como mariposas.
Se
había vuelto tan ajena toda novedad
que
los enredos del sueño avergonzarían
cualquier
hondura que el analista extrajese;
cuando
mis labios soplaron la vela,
los
suyos, aleteando desde mi hombro, buscaron
unirse
a los míos, sin pensarlo siquiera.
Hacía
tanto de la vida juntos que aquellas
rosas
de papel hechas jirones ya no estaban,
y
un bosque entero de abedules había crecido
junto
a la pared, y de pura casualidad teníamos dinero,
y
como lenguas sobre el mar, por treinta días,
el
atardecer amenazó a Turquía con su furia.
Hacía
tanto de la vida juntos, sin libros,
sillas
ni enseres –sólo aquella vieja cama-
que
el triángulo, antes de surgir,
había
sido una perpendicular, la cabeza
de
algún conocido cerniéndose sobre
dos
puntos que se habían fusionado por amor.
Hacía
tanto de la vida juntos que ella
y
yo, con nuestras sombras unidas, habíamos compuesto
una
puerta doble, una puerta que, aun si nos perdíamos
en
el trabajo o el descanso, siempre estaba cerrada:
de
algún modo sus hojas se abrieron y cruzamos
hacia
al futuro, hacia la noche.
versión de
Daniela Camozzi
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