Seguro que soñé contigo. Lo supe en cuanto
abrí los ojos. En mis labios aún estaban los tuyos. Me dije: seguro que soñé
contigo. Estiré mi brazo. Tu cuerpo aún parecía estar ahí: transparente. Como
la mañana de un martes. Seguro que soñé contigo, repetí. Entonces te abracé. Tu
cuerpo contra el mío. Dos anhelos que se persiguen y dos alientos que echan
carreritas a la orilla del mar, un
domingo de mayo. Seguro que soñé contigo. Pero por fortuna no te quedaste en el
imperio de los sueños donde bosteza Nerval, Jean Paul y los románticos
alemanes: tú estás aquí, en mi memoria, abro los ojos, eso me basta para saber
que existes, y que despiertas lejos de mí repitiendo: seguro que soñé contigo.
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