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martes, 6 de mayo de 2014


Ella terminó por aceptar y le dijo que sí. Él entonces tomó su paleta de colores. Era buen pintor. Y frente a esas miradas no se iba a resistir. Abrazados al amanecer (una sola sombra en la ventana). Quién sabe cuántas historias se contaron durante esa noche. Quién sabe cuántas pesadillas y sueños compartieron. Quién sabe con cuántos secretos saldrían de ese departamento a saludar a James y Joyce y a la gitana. Hasta llegar a la estación del metro. Instantes. Eso es lo que él quiso pintar. Cuando terminó lo puso en las manos de ella. Luego la besó. Ahora tenían algo en común. Iban a pasar muchos años. Pero ese instante, con tantos colores, seguiría ahí, entre los dos, lo mismo que ese beso, aunque tan solo duro otro instante. Quizá por eso la decisión de ella, esta tarde, de hacer aquel trazo monocromo y ponerlo para siempre en la piel. 

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