Ella
terminó por aceptar y le dijo que sí. Él entonces tomó su paleta de colores. Era buen pintor. Y frente a esas miradas no se iba a resistir. Abrazados al
amanecer (una sola sombra en la ventana). Quién sabe cuántas historias se
contaron durante esa noche. Quién sabe cuántas pesadillas y sueños
compartieron. Quién sabe con cuántos secretos saldrían de ese departamento a
saludar a James y Joyce y a la gitana. Hasta llegar a la estación
del metro. Instantes. Eso es lo que él quiso pintar. Cuando terminó lo puso en
las manos de ella. Luego la besó. Ahora tenían algo en común. Iban a pasar
muchos años. Pero ese instante, con tantos colores, seguiría ahí, entre los
dos, lo mismo que ese beso, aunque tan solo duro otro instante. Quizá por eso la decisión de ella, esta tarde, de hacer aquel trazo monocromo y ponerlo para siempre en la piel.
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