La llave
Pierdo la llave, el sombrero, la cabeza! La llave es la del
almacén de Raúl, en Temuco. Estaba afuera, inmensa, perdida, indicando a los
indios el almacén La Llave. Cuando me vine al Norte se la pedí a Raúl, se la
arranqué, se la robé entre borrasca y ventolera. Me la llevé a caballo hacia
Loncoche. Desde allí la llave, como una novia blanca, me acompañó en el tren
nocturno.
Me he dado cuenta de qué cuanto extravío en la casa se lo ha
llevado el mar. El mar se cuela de noche por agujeros de cerraduras, por debajo
y por encima de puertas y ventanas. Como de noche, en la oscuridad, el mar es
amarillo, yo sospeché sin comprobar su secreta invasión. Encontraba en el
paragüero, o en las dulces orejas de María Celeste gotas de mar metálico,
átomos de su máscara de oro. Porque el mar es seco de noche. Guardó su
dimensión, su poderío, su oleaje, pero se transformó en una gran copa de aire
sonoro, en un volumen inasible que se despojó de sus aguas. Por eso entra en mi
casa, a saber qué tengo y cuánto tengo. Entra de noche, antes del alba: todo
queda en la casa quieto y salobre, los platos, los cuchillos, las cosas
restregadas por su salvaje contacto no perdieron nada, pero se asustaron cuando
el mar entró con todos sus ojos de gato amarillo...
Así perdí la llave, el sombrero, la cabeza.
Se los llevó el océano en su vaivén. Una nueva mañana los
encuentro. Porque me los devuelve una ola mensajera que deposita cosas perdidas
a mi puerta.
Así, por arte de mar la mañana me ha devuelto la llave
blanca de mi casa, mi sombrero, enarenado, mi cabeza de náufrago.
¿Por qué se fueron tan pronto? Sus nombres no resbalarán de
las vigas. Cada uno de ellos fue una victoria. Juntos fueron para mí toda la
luz. Ahora, una pequeña antología de mis dolores.
Pablo Neruda, Una casa en la arena
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