Presencia desnuda
Alberto
Ruy-Sánchez
Yo no sé de qué
están hechos los fantasmas.
Sólo me consta
que tú me tocas
me habitas y me
acompañas
con toda la
belleza de tu cuerpo,
desnuda dentro de
mí
y a mi lado,
casi invisible.
Siento tu piel
estremecerse
cuando un ligero
viento entra al cuarto
o leo un poema
que me trastorna.
Hasta cuando
busco en la biblioteca
las palabras que
necesito con urgencia,
sólo yo sé que
tus piernas me las deletrean,
y tus manos me
dicen dónde.
Sé que tú ves más
y tocas y
escuchas más allá
de lo que mi
cuerpo alcanza
porque tu
presencia
es más sutil y
poderosa.
Está hecha de
deseo y entrega,
de soplo
obstinado
y piel enamorada,
de luz que
respira,
como los
fantasmas.
Tu deseo me
habita
y me acompaña,
me aconseja prisa
o lentitud,
me da forma y
ritmo
en los brazos,
en la boca,
en los ojos,
en todo lo que
toco y pienso.
Tu deseo
se sienta sobre
mi mesa
y al mismo tiempo
mira
desde mis ojos
cuando escribo.
Tu presencia
enriquece mi mirada,
mis palabras, mis
anhelos.
Y, si todo nos
resulta favorable,
un día, un
instante,
tu deseo se
cruzará con el mío
en ese punto
donde la luz
se cruza con la
sombra
y se develan
totalmente
los cuerpos
desnudos
que se aman.
Y esa desnudez,
lo sabemos,
dice, canta,
baila,
confirma
el acto de
entregarse
plenamente
a la más grave
y festiva
cercanía:
la de los cuerpos
desnudos e
indisolubles
de las almas
amigas y amantes:
la palpitación
extrema y sensual
de la intimidad
con los fantasmas.
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