La estrella
Efraín
Huerta
Para Anne
Sten
Labios
como el sabor del viento en el invierno,
dientes
jóvenes de luna consentida en la llama del abrazo.
Se
endurecía la noche en tu garganta.
Espacio
duro de tus senos. Amarilla y quemada,
la
inesperada sombra de tus piernas en la alas de los pájaros
cuando
tus dedos en un juego de látigos
hendían
prisas de frío.
Que
nos perdonen las sábanas lunares de los árboles
y
el sueño arrebatado a las estatuas,
y
el agua estremecida con la caída
del
deseo. Tenías los ojos limpios, Andrea.
La
estrella de tu frente como herida de vino,
enferma,
detenida en mi boca.
Había
un mundo de silencio en tu cuerpo,
como
si la muerte se hubiese mirado en un espejo
o
varias rosas en agonía hubieran imaginado
un
paraíso de nieve o de cristales.
(Ahí
perdura solamente lo desconocido
que
nuestros labios apagaron.
El
recuerdo es materia de belleza poseída y escrita
en
páginas en las que un poco de amor pasó rozando.
Como
el recuerdo gritarían las cabelleras
mojadas
en acuarelas de angustia.
Así
serían las voces de os aires helados fundiéndose
en
las aristas de una montaña de bronce).
Te
corría por la espalda una gota de sangre
de
mis venas. La noche, con la niebla
y
el silencio en medio de los senos, nos veía y procuraba
cambiar
su propia ruta.
Que
nos perdonen las mismas pinceladas de la aurora.
Exprimidas
las horas como cerezas en nuestros labios,
apenas
un instante de tus hombros
se
deslizó en mi sueño.
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