El alma
Vicente
Aleixandre
El día ha
amanecido.
Anoche te he
tenido en mis brazos.
Qué
misterioso es el color de la carne.
Anoche, más
suave que nunca:
Carne casi
soñada.
Lo mismo que
si el alma al fin fuera tangible.
Alma mía,
tus bordes,
tu casi luz,
tu tibieza conforme.
Repasaba tu
pecho, tu garganta,
tu cintura:
lo terso,
lo
misterioso, lo maravillosamente expresado.
Tocaba
despacio, despacísimo, lento,
el inoíble
rumor del alma pura, del alma manifestada.
Esa noche,
abarcable; cada día, cada minuto, abarcable.
El alma con
su olor a azucena.
Oh, no: con
su sima,
con su
irrupción misteriosa de bulto vivo.
El alma por
donde navegar no es preciso
porque a mi
lado extendida, arribada, se muestra
como una
inmensa flor; oh, no: como un cuerpo
maravillosamente investido.
Ondas de
alma..., alma reconocible.
Mirando,
tentando su brillo conforme,
su limitado
brillo que mi mano somete,
creo,
creo, amor
mío, realidad, mi destino,
alma
olorosa, espíritu que se realiza,
maravilloso
misterio que lentamente se teje,
hasta
hacerse ya como un cuerpo,
comunicación
que bajo mis ojos miro formarse,
organizarse,
y
conformemente brillar,
trasminar ,
trascender,
en su dibujo
bellísimo,
en su sola
verdad de cuerpo advenido;
oh dulce
realidad que yo aprieto, con mi mano, que por
una manifestada
suavidad se desliza.
Así, amada
mía,
cuando
desnuda te rozo,
cuando muy
lento, despacísimo, regaladamente te toco.
en la
maravillosa noche de nuestro amor.
Con luz,
para mirarte.
Con bella
luz porque es para ti.
Para
engolfarme en mi dicha.
Para olerte,
adorarte,
para,
ceñida, trastornarme con tu emanación.
Para
amasarte con estos brazos que sin cansancio se
ahorman.
Para sentir
contra mi pecho todos los brillos,
contagiándome
de ti,
que, alma,
como una niña sonríes
cuando te
digo: « Alma mía... »
No hay comentarios.:
Publicar un comentario