La noche de
la perversión
Efraín
Huerta
El
caracol del ansia, ansiosamente
se
adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a
latigazos creó lo inesperado.
A
pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria
nos
penetró en el alma, dulcemente,
con
esa lenta furia de quien sabe lo que hace.
Flor
de la perversión, noche perfecta,
tantas
veces deseable maravilla y tormenta.
Noche
de una piedad que helaba nuestros labios.
Noche
de a ciencia cierta saber por qué se ama.
Noche
de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche
de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.
Noche
de una lujuria de torpes niños locos.
Noche
de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche
de uñas y dientes, mentes de calorfrío.
Noches
de no oír nada y ser todo, imperfectos.
Hermosa
y santa noche de crueles bestezuelas.
Y
el caracol del ansia, obsesionante,
mataba
las pupilas, y mil odiosas muertes
a
golpes de milagro crearon lo más sagrado.
Fue
una noche de espanto, la noche de los diablos.
Noche
de corazones pobres y enloquecidos,
de
espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche
de fango y miel, de alcohol y de belleza,
de
sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche
de ser dos frutos en su plena amargura:
frutos
que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.
Yo
no recuerdo, amada, en qué instante de fuego
la
noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La
tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y
eras una guitarra bellamente marchita.
Los
cuchillos de frío segaron las penumbras
Y
en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario