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domingo, 3 de agosto de 2014

Eras como un dolor inmóvil pero ceñido de ansias. Te guardaba en mis manos creyéndote un silencio de nieve.

Elegía de la rosa blanca

Efraín Huerta

Fuiste cuando el silencio era una voz de llovizna
cuando sabias corolas daban el equilibrio  al
                                                     corazón de junio
y claras lunas tibias como pequeñas ruedas
llevaron al abismo los insomnios por turbios
y los deseos por vivos y angustiados.
Indelicada rosa blanca.
Desesperada rosa tierna.
Dueña del infinito y precursora de la contemplación
                                                              y el tedio.
Rosa blanca: viviste puramente,
como apasionada y cansada frialdad,
como alba derrotista.
Eras como un dolor inmóvil
pero ceñido de ansias.
Te guardaba en mis manos creyéndote un silencio
                                                                     de nieve.
Eras torre y sirena.
Eras madera blanca o brisa.
Eras estrella distraída.
En las noches parecías una selva despierta,
muy mojada. Y al día
siguiente eras perla gigante
o tremenda montaña
o cristalina y rauda flor del tiempo.
Yo te seguía con furia y esperanza.

Vivo dueño de nada con tu muerte.


Vivo como una astilla de tristeza.

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