Elegía de la
rosa blanca
Efraín
Huerta
Fuiste
cuando el silencio era una voz de llovizna
cuando
sabias corolas daban el equilibrio al
corazón de junio
y claras
lunas tibias como pequeñas ruedas
llevaron al
abismo los insomnios por turbios
y los deseos
por vivos y angustiados.
Indelicada
rosa blanca.
Desesperada
rosa tierna.
Dueña del
infinito y precursora de la contemplación
y el tedio.
Rosa blanca:
viviste puramente,
como apasionada
y cansada frialdad,
como alba
derrotista.
Eras como un
dolor inmóvil
pero ceñido
de ansias.
Te guardaba
en mis manos creyéndote un silencio
de nieve.
Eras torre y
sirena.
Eras madera
blanca o brisa.
Eras
estrella distraída.
En las
noches parecías una selva despierta,
muy mojada.
Y al día
siguiente
eras perla gigante
o tremenda
montaña
o cristalina
y rauda flor del tiempo.
Yo te seguía
con furia y esperanza.
Vivo dueño
de nada con tu muerte.
Vivo como
una astilla de tristeza.
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