Los
fantasmas del deseo
Luis Cernuda
Yo
no te conocía, tierra;
con
los ojos inertes, la mano aleteante,
lloré
todo ciego bajo tu verde sonrisa,
aunque,
alentar juvenil, sintiera a veces
un
tumulto sediento de postrarse,
como
huracán henchido aquí en el pecho;
ignorándote,
tierra mía,
ignorando
tu alentar, huracán o tumulto,
idénticos
en esta melancólica burbuja que yo soy
a
quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir.
Bien
sé ahora que tú eres
quien
me dicta esta forma y este ansia;
sé
al fin que el mar esbelto,
la
enamorada luz, los niños sonrientes,
no
son sino tú misma;
que
los vivos, los muertos,
el
placer y la pena,
la
soledad, la amistad,
la
miseria, el poderoso estúpido,
el
hombre enamorado, el canalla,
son
tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;
mis
brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles,
para
llevar tu afán que nada satisface.
El
amor no tiene esta o aquella forma,
no
puede detenerse en criatura alguna;
todas
son por igual viles y soñadoras.
Placer
que nunca muere
beso
que nunca muere,
sólo
en ti misma encuentro, tierra mía.
Nimbos
de juventud, cabellos rubios o sombríos,
rizosos
o lánguidos como una primavera,
sobre
cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos
que
tanto he amado inútilmente,
no
es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,
en
la tierra que aguarda, aguarda siempre
con
sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Dejadme,
dejadme abarcar, ver unos instantes
este
mundo divino que ahora es mío,
mío
como lo soy yo mismo,
como
lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos,
como
la arena, que al besarla los labios
finge
otros labios, dúctiles al deseo,
hasta
que el viento lleva sus mentirosos átomos.
Como
la arena, tierra,
como
la arena misma,
la
caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.
Tú
sola quedas con el deseo,
con
este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,
sino
el deseo de todos,
malvados,
inocentes,
enamorados
o canallas.
Tierra,
tierra y deseo.
Una
forma perdida.
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