Realidad y
sueño
Alí
Chumacero
Náufrago de
mi propio sueño,
como si
transportara en la flor de los labios
el silencio
desnudo,
más que la
sangre muda de hospital
muerta en el
abandono;
con la
tristeza del que viaja
por un aire
sin viaje,
reducido al
silencio
bajo un olor
de rosa no pensada,
cuando el
jardín no sabe
si la flor
es un sueño
o la
esperanza presentida;
fijo en mis
latitudes
con el
límite sueño entre las manos,
en su cauce
la sangre detenida
y el temor
de que llegue hasta mi tacto
la presión
más efímera
o la más
fina flor ya derribada;
límite y carne,
sueño ilimitado
bajo la
sábana, tan blanca,
por la que
corre sangre
como la vena
rota
en la piel
de una virgen;
amigo de mí
mismo
igual al
hombre que presiente
la altura de
su sombra
a la hora
del último camino,
cara al
ángel que viaja hacia mi encuentro
con la
blancura íntima del niño aún no nacido,
me recuesto
en mis venas
doloroso y
sediento, sin mis nervios
ni el
recuerdo inicial,
aquel primer
encuentro con la muerte
tan clara,
pura y sombra.
Siento que
un mar lejano,
hundido como
puerto bajo niebla,
hasta mí
llega, cuando poso mi mano ávida
sobre el
temor de mi sombría piel,
igual que un
río inmóvil camina por los campos,
y de la
sombra de mi aliento,
lento y
desnudo, fiel a mi destino,
con mi
sangre en el hielo,
más fría que
la estatua bajo el agua,
con el frío
en las manos
y la desnuda
voz enmudecida,
hacia mi
sombra vuelvo,
retorno a mi
naufragio.
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