Vientos
Tomás
Segovia
Ya por el
horizonte
se difunde
la noche, agua sombría
que moja lo
mojado de las nubes murales.
Yo con pasos
ausentes recorro la penumbra,
bajo el ala
del Tiempo que sobre mí extendida
ingrávida y
pausada se desplaza.
Vientos
turbios y equívocos disponen
todo el
húmedo clima donde arraiga,
ofrecida a
la lluvia su fresca carne pura,
como un
fruto partido, el peso del destino.
(Este soplo
me llega desde oscuras distancias,
cruzó mares
que he visto,
arrastra los
perfumes de tierras que he pisado,
llenó claras
llanuras o bosques sofocantes
donde yo
enmudecía y sangraba de amor.
Y en la
mitad de este aterido viento,
donde
errabundas gotas viajan ciegamente,
siento
soplar de pronto un viento diferente,
abierto y
luminoso.)
Oh viento
tibio y firme, viento bueno
que plasmaba
de pronto en aguda presencia
el campo de
mi infancia donde una abeja zumba.
Los árboles
se instalan noblemente,
los caminos
recorren inamovibles huellas,
los sitios
tienen nombres persuasivos
que los
hacen carnales como el hueso a la fruta.
Y la luz
brota desde todas partes,
luz increada
y siempre fiel, que inunda
la llanura
sin muros donde un niño,
de estatura
menor que las yerbas del mundo,
todo él
suspendido de dos intensos ojos
que
inmóviles lo clavan
a la
inasible rotación del día,
se ve
sobrepasado por su propio silencio,
que ya
secretamente se entiende con la vida.
(Y otra vez
desemboco en la áspera tierra
del llovido
presente
que palmo a
palmo con mis plantas palpo,
andando
entre desnudas ondas donde anida
esta memoria
que en murmurios muere,
tropezando
en la sombra a cada instante
con su
imperio cambiante.)
Y este
múltiple viento informulable,
como el mudo
lenguaje de un destino,
recorre con
su soplo las horas de mi vida.
Y dice que
su afán secreto fue tan solo
entender
aquel puro silencio con que un día
yo
descifraba el Tiempo.
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