Esta noche
de trenes...
Rubén
Bonifaz Nuño
Esta noche
de trenes,
de
poblaciones emigrando,
de
corporales sueños, de violadas
respiraciones
en la arena
movediza del
viaje, lo recuerdo.
(Fue, tal
vez, necesario el incipiente
amor; callar
a solas con extraños,
y las cosas
más tiernas,
mientras la
boca se endurece
y una
crecida barba, de cadáver
reciente, me
prolonga.)
Y sin
embargo, cuántas veces
te habrán
reconocido; por los ojos,
o por la
ausencia que dejaste;
por el
cabello sobre el hombro, al irte,
y el andar
que descubre lo que eras.
Pues sé que
nos pusieron,
al nacer,
otro nombre, y un camino
que
recorrer, y un tren para el camino.
Un tren
sonámbulo que huye,
en dirección
opuesta, irreversible,
de los que
cruzan ya perdidos;
por un
saludo heridos ya de muerte,
marcados
para siempre, señalados;
buscadores
de un signo en la mazorca
muchedumbre
de rostros.
Y todo esto
sin falta, aconteciendo;
todo
pasando,
todo
viniendo y alcanzando y yéndose.
Amiga, no me
olvides; no me olvides,
amigo; no te
pierdas, espérame.
Como a la
máscara del baile,
vengo de
lejos a ocupar mi cara;
por detrás y
en silencio, a mis balcones
lacrimales,
al sabor de mi boca,
al olor de
las cosas que esperabas.
Estoy sin
tierra firme; estoy saliendo,
a donde
quiero, de estas últimas
lentas horas
de viaje que termina;
sombra
larguísima, pantano
de silbatos,
de ruedas que repiten
su palabra
distinta a cada uno;
estaciones
mendigas, como fechas
alumbradas
apenas, donde duele
lo que se
aprende dormitando.
No me
olvides, espérame.
Yo, el de
las cartas sin destino;
el de
palabras no creídas,
el que
siembra en lo oscuro, te lo pido.
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