Amapola
trastorno...
Rubén Bonifaz
Nuño
Amapola
trastorno,
exaltación
morada, disparate.
Salga lo que
saliere.
Y qué
estruendo de alas, y qué dulce
lastre
sentimental sobre la lengua,
y amistad en
las manos, ofrecida
sin
ponderar, qué arrebatada.
Comulgar en
la música aspereza,
junto al
estribo ya, de amanecida,
con mujer
desolada, y el rasgueo,
y la última
vez, y el aguardiente,
y sollozar a
frutas.
Salto, furor
de gozo, de pataleo
de quien
pide encontrarse,
con la prisa
amantísima del ánima
que al fin
tocó el fraterno
-ay,
engañoso; ay, ay, inconvincente-
universal
llamado.
Yo ya me
voy. Deslúmbrame
el metal
decadente de la barca
que habrá de
conducirme. Y el camino.
Porque me
voy mañana. Yo me parto.
Vengo a
decirte adiós para olvidarte.
Lucen de
adentro las canciones
que me
vienen de afuera. Si me dieran,
al menos, no
morir tan lejos.
-Mexicano el
acento desgarrado
de plumas
claras y de flores
y me
enriquece de arrobadas turquesas-.
Yo sé, yo ya
me voy; yo reconozco,
como si me
doliera, la indudable
armazón
altanera
del halo
corporal que me circunda.
Propenso al
celo ardiente, y al hipérbaton
sanguíneo y
los mercados,
y al
encabalgamiento de los ojos
viriles en
los pares argumentos
de la media
naranja; multiplícanse
ternura por
fervor, y el resultado
quema entre
sangre y piel y piel desnuda.
Tartamudo,
efusivo intraducible
entusiasmo
del habla. La recámara
suntuaria y
sin pesar de la memoria.
Abierta y
enjoyada.
También.
Contento. Compañera.
Aunque
comience y me sujete
por los
tobillos este centro
fijo de
rueda de molino.
Me columpio,
vuelvo a subir, volteo;
aspa de
graves órbitas iguales
recorridas
de frente, con ronquidos
de ventarrón
en las orejas.
Hélice a al
mitad, desmorecida,
nauseosa,
mecánica,
bajando al
fondo del quedar durmiendo.
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