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miércoles, 22 de octubre de 2014

Caminatas del recuerdo

Hubo caminatas tan larga como esta, caminatas de olvido, donde uno deseaba perderlo todo… regresar a casa con el alma vacía  para poder volver a empezar. Hubo caminatas cortas, frías y bajo cierta lluvia de un diciembre cuando se escribieron los adioses en tarjetitas amarillas (son mis favoritas). Hubo también algunas sobre las olas, mirando el cielo; recuerdo una pidiendo fuerza para mandar todo al carajo, para dejar ir la nostalgia de las cosas que no fueron, para descansar. Las caminatas sobre las olas deberían repetirse más, una y otra vez, una y otra vez.
            Esta caminata de noche de jueves lluviosa y confundida, esta caminata debió acabar más lejos, muy lejos; algunas veces uno no debería detenerse hasta que el cansancio nos gané y haga caer los párpados sin lágrimas de por medio.
            Al cruzar entre los árboles de Reforma me dio por sentarme en una barda y respirar, ese ahogo de las dudas no me sienta bien, los suspiros que se pierden sin rumbo deben sentirse tristes también. Sentada en esa barda, recordé Xochicalco, la caminata para llegar allí. La primera vez que subí se me ocurrió llevar falda, aprendí que es un grave error; la segunda, se me había ocurrido que podía olvidar que pocas veces me siento parte de algo, intenté con todas mis fuerzas pertenecer, sucedió igual que con la falda: rotundo error. Creo que iré pronto, parece que es un buen lugar para ver las cosas con claridad.
            Ahora que escribo acerca de esta noche, hago como que trabajo, en realidad sí lo hago, pero es que las caminatas me vienen a la mente, yo no sé bien por qué. Pienso otra, supera a Xochicalco (no en lecciones dadas, sí en belleza) la que va de Mazunte a Punta cometa, esa que hice cierto 31 de diciembre para ver el sol de ese año perderse en el mar; yo habría querido cierta compañía, pero tenía cosas más importantes que hacer; mi soledad se resintió conmigo por aquello de querer abandonarla para ver ese sol poniente. Más de un año hemos hecho las paces frente a un mar que es el mismo, que recibe en paz al Sol, sin importar o no que uno se siente a mirar ese final.
            Parece que iniciaré un inventario de caminatas, pero no será hoy, este trabajo urge, no dormiré en mi cama, hace frío y el café está muy cargado… como el de Cuetzálan, fue en un buen año, no recuerdo haber salido tanto en un año como ese 2002, ese rincón poblano, entonces no era pueblo mágico ni nada así; por entonces las mujeres caminaban cabizbajas tras los pasos de su maridos, volví el año pasado y siguen haciéndolo. Caminamos mucho, esa no fue una caminata solitaria, quizá por eso también recuerdo que platicamos sobre qué estudiar, tú estabas más que seguro de que la ingeniería era la opción, te burlaste un poco cuando dije letras, te reíste menos cuando te dije que tu hermana también pensaba en eso. Caminamos entre las hierbas, hasta que apareció el río y luego la lancha y luego caminar más, y la idea de que uno podía llegar a Tajín, y entonces el mar estaba cerca. Tu hermana sigue sin perdonarnos esa desaparición. Así conocí  Tajín, así lo caminé, así llegué a Tecolutla, así caminamos sus pocos kilómetros de playa… así.

Un día quizá me canse de caminar y empiece a ponerle atención a esas cosas que dicen que importan, y como tú me decida a largarme de acá, aunque te apuesto que allá, aunque sea un poquito, te da por caminar. 

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