Hubo caminatas
tan larga como esta, caminatas de olvido, donde uno deseaba perderlo todo…
regresar a casa con el alma vacía para
poder volver a empezar. Hubo caminatas cortas, frías y bajo cierta lluvia de un
diciembre cuando se escribieron los adioses en tarjetitas amarillas (son mis
favoritas). Hubo también algunas sobre las olas, mirando el cielo; recuerdo una
pidiendo fuerza para mandar todo al carajo, para dejar ir la nostalgia de las
cosas que no fueron, para descansar. Las caminatas sobre las olas deberían
repetirse más, una y otra vez, una y otra vez.
Esta caminata de noche de jueves
lluviosa y confundida, esta caminata debió acabar más lejos, muy lejos; algunas
veces uno no debería detenerse hasta que el cansancio nos gané y haga caer los
párpados sin lágrimas de por medio.
Al cruzar entre los árboles de
Reforma me dio por sentarme en una barda y respirar, ese ahogo de las dudas no me
sienta bien, los suspiros que se pierden sin rumbo deben sentirse tristes
también. Sentada en esa barda, recordé Xochicalco, la caminata para llegar allí.
La primera vez que subí se me ocurrió llevar falda, aprendí que es un grave
error; la segunda, se me había ocurrido que podía olvidar que pocas veces me
siento parte de algo, intenté con todas mis fuerzas pertenecer, sucedió igual
que con la falda: rotundo error. Creo que iré pronto, parece que es un buen
lugar para ver las cosas con claridad.
Ahora que escribo acerca de esta
noche, hago como que trabajo, en realidad sí lo hago, pero es que las caminatas
me vienen a la mente, yo no sé bien por qué. Pienso otra, supera a Xochicalco
(no en lecciones dadas, sí en belleza) la que va de Mazunte a Punta cometa, esa
que hice cierto 31 de diciembre para ver el sol de ese año perderse en el mar; yo
habría querido cierta compañía, pero tenía cosas más importantes que hacer; mi
soledad se resintió conmigo por aquello de querer abandonarla para ver ese sol
poniente. Más de un año hemos hecho las paces frente a un mar que es el mismo,
que recibe en paz al Sol, sin importar o no que uno se siente a mirar ese
final.
Parece que iniciaré un inventario de
caminatas, pero no será hoy, este trabajo urge, no dormiré en mi cama, hace
frío y el café está muy cargado… como el de Cuetzálan, fue en un buen año, no
recuerdo haber salido tanto en un año como ese 2002, ese rincón poblano,
entonces no era pueblo mágico ni nada así; por entonces las mujeres caminaban cabizbajas
tras los pasos de su maridos, volví el año pasado y siguen haciéndolo.
Caminamos mucho, esa no fue una caminata solitaria, quizá por eso también
recuerdo que platicamos sobre qué estudiar, tú estabas más que seguro de que la
ingeniería era la opción, te burlaste un poco cuando dije letras, te reíste
menos cuando te dije que tu hermana también pensaba en eso. Caminamos entre las
hierbas, hasta que apareció el río y luego la lancha y luego caminar más, y la
idea de que uno podía llegar a Tajín, y entonces el mar estaba cerca. Tu
hermana sigue sin perdonarnos esa desaparición. Así conocí Tajín, así lo caminé, así llegué a Tecolutla,
así caminamos sus pocos kilómetros de playa… así.
Un
día quizá me canse de caminar y empiece a ponerle atención a esas cosas que
dicen que importan, y como tú me decida a largarme de acá, aunque te apuesto
que allá, aunque sea un poquito, te da por caminar.
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