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sábado, 18 de octubre de 2014

Se llama Raúl

Se llama Raúl, qué vulgar es la realidad dicha así de golpe. Sucede que existen lugares particulares en los que el tiempo detiene su paso. Yo conocía uno en Cuetzálan, luego, hace unos meses, llegué a esta esquina.
            La esquina sin tiempo nos ha dado por llamarle; ahí, un hombre entrado en años prepara café, el espacio es pequeño, con decoración anacrónica que ironiza con las computadoras en renta que invaden un rincón, quizá porque el café preparado ritualmente no da para vivir tranquilo. Hay quien dice que el café huele mejor de lo que sabe, no lo comparto del todo, pero el aroma de esta esquina ¡vaya que compite con el sabor, y con el gusto que ciertas personas nos causan!
            Me gusta la iluminación, la disposición de las cafeteras que me impide ver cómo prepara las órdenes, sólo alcanzo a distinguir el movimiento de sus hombros, que asemejan a los del director de orquesta cuando lleva a sus músicos al final del adagio de Patéthique; también puedo ver  sus muecas, algunas veces levanta la mirada, quizá se sienta observado, de hecho lo es, al menos por mí.

Al fondo de la habitación hay una puerta con arco de medio punto, no muy bien logrado (nótese que recuerdo mis lecturas sobre arquitectura), gustan de cubrirla con una vieja cortina, como si hubiera algo que ocultar, como si el resguardo de la puerta no bastara, incluso, de pronto da la impresión de que detrás hay una barda, eso sí que sería fantástico; pero seguro lo que hay ahí, cruzando ese umbral, puede ser algo tan poco maravilloso como el hecho de que ese hombre barbado que se dedica a preparar un  buen café se llame Raúl. 

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