En la azoteas los
atardeceres se miran mejor, las lagrimas son menos llamativas y los suspiros se
alejan libres, quizá hasta encaminados hacia quienes los provocan.
Las
tardes otoñales son frescas, la de hoy es fría, aún no empieza la lluvia, pero
la temperatura bajó, el viento sopla enojado y yo tuve que bajar por la chamarra.
La
azotea de este edificio siempre me ha gustado, bueno, siempre es mucho decir;
hace un par de años que la conozco, pero sí, me
gusta. Hacía buen rato que no venía, ahora no sé bien por qué vine, eso
no creo que importe mucho, tenía las llaves, sabía que no habría nadie. Han
pasado tantas cosas desde la última vez que estuve aquí: gente que se muere,
gente que cruza océanos, gente que calla lo que urge decir, que no llora más,
que camina sin rumbo y sube a las azoteas a escribir.
Ando
un poco necia con contar semanas, con saber de finales y estrellas brillantes.
También con recordar; por ejemplo, cierro los ojos y viene cierto beso en la penumbra
de una mesa de cemento frío en CU, que fue un deseo cumplido, aunque uno
debiera tener cuidado con lo que desea. Recuerdo también mi mirada reflejada en
los ojos de otro una tarde de cierto junio, una tarde que después pensé que no
debió ser, pero que con sinceridad fue muy bella. Bella, recuerdo esa palabra en sueños, me hace sonreír con esas
sonrisas que desbordan los ojos.
Recuerdo
unos tomos dedicados con palabras lapidarias, con razón tanto papel de
envoltura, con razón no los abrí hasta estar sola en mi sala. Me senté a beber
leche con miel, como la que mi abuela (de esa gente que muere) me daba cuando
yo no tenía ni puta idea de qué era esta vida. Lo escribo muy segura, como si
hoy sí supiera qué es, seguridades que le dan a uno las azoteas y la soledad.
Recuerdo,
aunque no quisiera, una angustia, un día que no debió ser, un día que por más
distancia que haya entre él y yo aun me causa temor. Hay días, momentos de
ciertos días en que una persona decide joderle la vida a otra, así no más
porque puede, así no más porque sí. Son 14 años de distancia, tendrían que
temblarme menos las manos.
Hace
más frío, mi nariz se humedece, busco la Luna, será que es muy temprano, será
que es nueva. Qué ganas de una calada, qué ganas de flotar boca arriba. Este
fin de año quiero flotar boca arriba en una playa tranquila, quiero mirar el
último Sol del 2014 perderse en el mar, me río, porque esto de novedad tiene
nada, cada año quiero lo mismo, algunos lo consigo, otros no, este espero que
sí.
Para
fin de año la vida habrá cambiado más, lo hace día a día. Como cuando descubro
que me han salido algunas canas y varias líneas que serán arrugas a la
brevedad; como cuando me doy cuenta que ya no me detengo por semanas a tratar
de entender, me dijo alguien muy querida que me he vuelto más “vale madres”,
¿será?
La
vida cambia, la gente se va, yo me voy, el corazón se hace chiquito, tomamos
decisiones, compramos panqué de chocolate que no sabe igual, secamos lágrimas,
bajamos escaleras y tras dejar las llaves en la cama, cerramos la puerta.
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