Paseo
José Hierro
Sin
ternuras, que entre nosotros
sin
ternuras nos entendemos.
Sin
hablarnos, que las palabras
nos
desaroman el secreto.
¡Tantas
cosas nos hemos dicho
cuando
no era posible vernos!
¡Tantas
cosas vulgares, tantas
cosas
prosaicas, tantos ecos
desvanecidos
en los años,
en
la oscura entraña del tiempo!
Son
esas fábulas lejanas
en
las que ahora no creemos.
Es
octubre. Anochece. Un banco
solitario.
Desde él te veo
eternamente
joven, mientras
nosotros
nos vamos muriendo.
Mil
novecientos treinta y ocho.
La
Magdalena. Soles. Sueños.
Mil
novecientos treinta y nueve,
¡comenzar
a vivir de nuevo!
Y
luego ya toda la vida.
Y
los años que no veremos.
Y
esta gente que va a sus casas,
a
sus trabajos, a sus sueños.
Y
amigos nuestros muy queridos,
que
no entrarán en el invierno.
Y
todo ahogándonos, borrándonos.
Y
todo hiriéndonos, rompiéndonos.
Así
te he visto: sin ternuras,
que
sin ellas nos entendemos.
Pensando
en ti como no eres,
como
tan solo yo te veo.
Intermedio
prosaico para
soñar
una tarde de invierno.
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