Es el otoño y
el saber que se está al filo de una invisible caída. Es el otoño y una absoluta
confesión que se asemeja a una pesadilla de esas en que uno lucha para
despertar, apretando la almohada con fuerza para saber que al abrir los ojos
las cosas volverán a la normalidad. Despiertas y no vuelven, aceptas que… no es
cierto, no aceptas nada, no aún; ese es el puto problema: aceptar porque hay
que hacer, no quedarse sentado mirando el paso de la luz entre las cortinas.
Entonces te preguntas por el hacer,
pero es como un hueco, porque en realidad la respuesta parece lógica, obvia,
clara; sin embargo no se siente así, en vez de eso es fría, violenta y lejana,
viene el miedo y el llanto. La vida nos enseña de formas muy distintas, de
formas que no son las que uno quisiera, lo que uno termina por aprender sólo se
ve a la distancia, no antes. Uno cree saber de responsabilidad, parece que en
tantos años uno sabe, pero no. Pero y si lo que sucede nos enseñara más; si uno
decidiera no hacer. Esa idea es la que hace mucho no había cruzado la mente,
dijeron que se llama instinto; esa idea es la que pone el filo invisible y uno
a punto de dar el paso y, sin importar si se hace o no, habrá un antes y un
después. Viene el llanto, el miedo y la hora de aceptar.
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