No busques,
no
Vicente
Aleixandre
Yo te he
querido como nunca.
Eras azul
como noche que acaba,
eras la
impenetrable caparazón del galápago
que se
oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la
sombra torpe
que cuaja
entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.
De nada
serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de
pronto el pulso navegaba
y de pronto
faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad
viviente de unos ojos marchitos,
de los que
yo veía a través de las lágrimas,
era una
caricia para herir las pupilas,
sin que
siquiera el párpado se cerrase en defensa.
Cuán amorosa
forma
la del suelo
las noches del verano
cuando
echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad
oscura,
la sordera
profunda,
la cerrazón
a todo,
que
transcurre como lo más ajeno a un sollozo.
Tú, pobre
hombre que duermes
sin notar
esa luna trunca
que
gemebunda apenas si te roza;
tú, que
viajas postrero
con la
corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el
silencio sin falla por donde nunca
a la sangre
se espía,
por donde
será inútil la busca del calor
que por los
labios se bebe
y hace
fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.
No, no
busques esa gota pequeñita,
ese mundo
reducido o sangre mínima,
esa lágrima
que ha latido
y en la que
apoyar la mejilla descansa.
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