El amor
Efraín
Huerta
El amor
viene lento como la tierra negra,
como luz de
doncella, como el aire del trigo.
Se parece a
la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando
pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y
sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de
granizo o fría seda educada.
Es como el
sol, el alba: una espiga muy grande.
Yo camino en
silencio por donde lloran piedras
que quieren
ser palomas, o estrellas,
o canarios:
voy entre campanas.
Escucho los
sollozos de los cuervos que mueren,
de negros
perros semejantes a tristes golondrinas.
Yo camino
buscando tu sonrisa de fiesta,
tu azul
melancolía, tu garganta morena
y esa voz de
cuchillo que domina mis nervios.
Ignorante de
todo, llevo el rumbo del viento,
el olor de
la niebla, el murmullo del tiempo.
Enséñame tu
forma de gran lirio salvaje:
cómo viven
tus brazos, cómo alienta tu pecho,
cómo en tus
finas piernas siguen latiendo rosas
y en tus
largos cabellos las dolientes violetas.
Yo camino
buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa
de ala, tu sonrisa de fiebre.
Yo voy por
el amor, por el heroico vino
que revienta
los labios. Vengo de la tristeza,
de la agria
cortesía que enmohece los ojos.
Pero el amor
es lento, pero el amor es muerte
resignada y
sombría: el amor es misterio,
es una luna
parda, larga noche sin crímenes,
río de
suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta
maldad hija de una Poesía
que todavía
rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y
agua, bendiciones y penas.
Te busco por
la lluvia creadora de violencias,
por la
lluvia sonora de laureles y sombras,
amada tanto
tiempo, tanto tiempo deseada,
finalmente
destruida por un alba de odio.
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