Dans
ma péniche
Luis Cernuda
Quiero
vivir cuando el amor muere;
muere,
muere pronto, amor mío.
Abre
como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque
el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque
grite:
Vivir
así es cosa de muerte.
Pobres
amantes,
clamáis
a fuerza de ser jóvenes;
sea
propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga
su frente cansadamente entre las manos
junto
al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro
pero
en vosotros aún va fresco y fragante
el
leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad
por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.
Aún
hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.
Ante
vuestros ojos, amantes,
cuando
el amor muere,
vida
de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;
el
amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
los
ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo
el
rasguear de una guitarra en el ocio marino
y
la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;
vuestra
guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares
todo
queda afanoso y callado.
Así
suele quedar el pecho de los hombres
cuando
cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,
y
tras su delicia interrumpida
un
afán insistente puebla el nuevo silencio.
Pobres
amantes,
¿de
qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas,
rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?
Los
atardeceres de manos furtivas,
el
trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la
adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los
ay mi vida y los ay muerte mía,
todo,
todo,
amarillea
y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh,
amantes,
encadenados
entre los manzanos del edén,
cuando
el amor muere,
vuestra
crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y
vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro
pecho queda como roca sin ave,
y
en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis
con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando
allí caer, ignorantes como niños,
la
libertad, la perla de los días.
Pero
tú y yo sabemos,
río
que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
que
cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por
las encantadoras mallas del amor,
cuando
el deseo es como una cálida azucena
que
se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,
cuánto
vale una noche como ésta, indecisa
entre
la primavera última y el estío primero,
este
instante en que oigo los leves chasquidos del bosque
nocturno.
Conforme conmigo mismo y con la indiferencia
de
los otros,
solo
yo con mi vida,
con
mi parte en el mundo.
Jóvenes
sátiros
que
vivís en la selva, labios risueños
ante
el exangüe Dios cristiano,
a
quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía
pies
de jóvenes sátiros,
danzad
más presto cuando el amante llora,
mientras
lanza su tierna endecha
de:
Ah, cuando el amor muere.
Porque
oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
vuestra
descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y
el deseo girará locamente en pos de los hermosos
cuerpos
que vivifican el mundo un solo instante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario