Como el
vilano
Vicente
Aleixandre
Hermoso
es el reino del amor,
pero
triste es también.
Porque
el corazón del amante
triste
es en las horas de la soledad,
cuando
mira los ojos amados
que
inaccesibles se posan en las nubes ligeras.
Nació
el amante para la dicha,
para
la eterna propagación del amor,
que
de su corazón se expande
para
verterse sin término
en
el puro corazón de la amada entregada.
Pero
la realidad de la vida,
la
solicitación de las diarias horas,
la
misma nube lejana, los sueños, el corto vuelo inspirado del juvenil corazón que
él ama,
todo
conspira contra la perduración sin descanso de la llama imp0sible.
Aquí
el amante contempla
el
rostro joven
el
adorado perfil rubio,
el
gracioso cuerpo que reposado un instante en sus brazos descansa.
Viene
de lejos y pasa,
y
pasa siempre,
y
mientras ese cuerpo duerme o gime de amor en los brazos amados,
el
amante sabe que pasa,
que
el amor mismo pasa,
y
que este fuego generoso que en él no pasa
presencia
puro el tránsito dulcísimo de lo que eternamente pasa.
Por
eso el amante sabe
que
su amada le ama
una
hora, mientras otra hora sus ojos
leves
discurren
en
la nube falaz que pasa y se aleja.
Y
sabe que todo el fuego que común se ha elevado
sólo
en él dura. Porque ligera y transitoria es la muchacha
que
se entrega y se rehúsa,
que
gime y sonríe.
Y
el amante la mira
con
el infinito amor de lo que se sabe instantáneo.
Dulce
es, acaso más dulce, más tristísimamente dulce,
verla
en los brazos
en
su efímera entrega.
«Tuyo
soy-dice el cuerpo armonioso-.
pero
sólo un instante.
Mañana,
ahora
mismo,
despierto
de este beso y contemplo
el
país, este río, esa rama, aquel pájaro.»
Y
el amante la mira
infinitamente
pesaroso -glorioso y cargado-.
Mientras
ella ligera se exime,
adorada
y dorada
y
leve discurre.
Y
pasa, y se queda. Y se alza y vuelve.
Siempre
leve, siempre aquí, siempre ,allí; siempre.
Como
el vilano.
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