Día
veintitrés. Y tu poética
Gilberto
Owen
Primero
está la noche con su caos de lecturas y de sueños.
Yo
subo por los pianos que se dejan encendidos hasta el alba;
arriba
el día me amenaza con el frío ensangrentado de su aurora
y
no sabré el final de ese nocturno que empezaba a dibujarme,
ni
las estrellas me dirán cuál fue, cabal, mi nombre. Ni mi rostro.
Si
no es amor, ¿qué es esto que me agobia de ternura?
Mañana
inútil: pájaros y flores sin testigos.
La
esposa está dormida y a su puerta imploro en vano;
querrá decir mi
nombre con los labios incoloros
entreabiertos.
los
párpados pesados de buscarme por el cielo de la muerte.
Más
no estaré en sus ojos para verme renacer al despertarse
y
cuando me abra, al fin, preguntará sin voz: ¿quién eres?
El
luto de la casa -todo es humo ya y lo mismo- que jamás habitaremos;
el
campo abierto y árido que lleva a todas partes y a ninguna.
¿A
dónde, a qué otra noche, irá el viudo por la tarde borrascosa?
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