Estoy sobre tus arenosos párpados.
Cierras los ojos. Resbalo entonces. En caída libre llego hasta tus temblorosos
labios. Para no correr riego alguno, me cuelgo de las resquebrajaduras donde
nacen extrañas flores. Anuncias el acto circense. Ignoras que estoy ahí.
Aprovecho un descuido tuyo. Te beso. Nada puede el
frío contra él. Abres los ojos. Otra vez sobre arena. Nos tomamos de la mano.
Nos aventuramos como bien se deben aventurar los que aún consiguen creer en lo
que llaman amor.
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