Biografía de
una noche cualquiera
Eduardo
Chirino
Atravesar un
pasadizo a oscuras,
palpar la
tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto
laberinto. Hacia el fondo una luz gritas
pero nadie
escucha tu grito. Tiemblas,
pero nadie
siente tu temblor. Tienes miedo.
Tú que nunca
lo tuviste, ahora tienes miedo.
Has
tropezado a ciegas con obstáculos, has encendido inútiles
antorchas,
has maldecido y orado y vuelto a maldecir.
Tus dedos se
aferran al hilo conductor. Ese hilo
es una larga
vena en la que corre tu sangre;
estás atado
al punió de partida,
pero algo
más fuerte te impide volver.
('¡Ariadna!,
tú que ideaste este ardid, dime ahora cómo salgo
de este
laberinto, dime
cómo he de
palpar estas paredes sin rasgarme las manos,
cómo es que
hay un afuera que me atrae como al suicida el
vacío.
Ariadna, tú que alimentaste amargamente mis deseos, tú
que me
creaste para concebir contigo, dime
qué horrenda
verdad se oculta bajo esta ciega luz. qué palabras
moverán las
columnas de este palacio derruido, que voz
arrullará mi
sueño cuando retorne al sueño.
No dejes,
Ariadna, que se corle el hilo queme ata a tu vientre,
no permitas
que el negro
dolor se apodere de tu cuerpo y me destruya.')
Ya es de
noche.
El viento
mueve con furia las copas de los árboles, escuchas
sonidos
inútiles y un breve jadeo índica que todo está bien,
no tienes de
qué preocuparte.
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