Los días y
las noches tejen años
Willian
Faulkner
Los
días y las noches tejen años,
una
red con la que me ciegan y confunden.
Sin
embargo, expuesto al mundo
que
me circunda, mi corazón anhela
cosas
que sé, pero que no puedo conocer,
diseminadas
entre el cielo y la tierra.
Todo
el día veo verterse a la luz
del
sol, y expulsar al frío
que
la noche ha depositado entre estos muros,
pliegue
sobre pliegue, hasta que ya no cabe
más.
Con los ojos entrecerrados, veo
a
la paz y la quietud cubrir,
como
un fluido, los muros, e infundirles
calor,
y al silencio empaparlos.
No
saben, ni les preocupa saber,
por
qué suspiran las aguas vespertinas,
por
qué giran las estrellas en torno
a
la del Norte, y resplandecen y se hielan y se consumen,
ni
por qué las estaciones, encaminadas hacia la primavera,
repican
las campanas de la vida.
No
les aflige no poder hablar,
porque
eso no los convertiría en dioses.
Me impregna el sol, hasta que soy
todo
sol, y, líquido,
abandono
mi pedestal y fluyo,
en
calma, por las hileras de flores,
respirando
su aliento fragante
y
el de la tierra subyacente.
Ahora
puede pasar el tiempo, sin que repare en él:
yo
soy la vida que da calor a la hierba.
¿O
es la tierra la que me da calor a mí? No lo
sé,
ni me preocupa saberlo.
Soy
uno con las flores,
ahora
que se han roto mis cadenas.
En
la tierra dormiré,
para
no despertarme nunca, ni llorar
por
cosas que sé, pero que no puedo conocer,
diseminadas
entre el cielo y la tierra,
porque
los ojos comprensivos de Pan
me
bendicen desde el cielo,
y
me ofrecen -a mí, sabedor de su pena-
el
don del sueño, y un mañana.
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