Día
2, año 2, 3 y 4...
El
recorrido por los años no es sencillo, los recuerdos se escapan presurosos como
el agua del mar entre los dedos. Resulta que recuerdo casi nada de estos años,
supongo por lo que veo en las fotos que aprendí a caminar, seguro a hablar,
aunque no creo haberlo hecho mucho, a decir verdad no es algo que se me dé. Lo
que recuperé de entre la húmeda nostalgia tiene que ver con canciones, mis
abuelos, con vacas y miradas del mundo al revés:
Fui
una niña de guardería, con padres que trabajaban por un futuro mejor… diré que
a mi madre casi no la recuerdo, de mi papá lo más nítido que tengo es su voz
cantándome una trágica canción sobre cierto oso carpintero cuya fortuna estaba
en manos de un noble venado. La cantaba siempre que me llevaba en el asiento
trasero del bocho, creo que era blanco o azul, quizá rojo. Me gustaba hacerme
la dormida para que me bajara cargando y recién cruzábamos la puerta, el
profundo sueño se terminaba y yo a correr.
Luego
de la guardería me cuido mi abuela, que dicho sea de paso, cuidaba a varios más
(el altísimo precio de tener más de una docena de hijos). Yo usaba unos
horrendos zapatos ortopédicos para corregir mis pies planos como reglas, cosa
que no sucedió… así que aquella tortura física, porque me lastimaban y
emocional porque eran feos como ellos solos, sirvió de casi nada. Yo hubiera
querido unos zapatitos rojos de charol con pulsera como los que cierta niña
tenía, es creo mi primer recuerdo envidioso… por qué yo no tenía esos lindos
zapatos, por qué.
Me
gusta la leche, en esos años ya me gustaba, quizá siempre me gustó… detrás de
casa de mis abuelos había un establo donde muchas Corderas enormes, estaban ahí
siempre con sus ojos tristes y su pausado rumiar. Acompañaba a mi abuela por un
bote grande, lleno a tope de leche; cuando la hervía me daba la nata que salía,
nata con azúcar… ya no hay nata como esa. También me daba leche, mamilas de
leche con chocolate, ese sabor aún me ayuda al bien dormir tras los días
oscuros… seguro a todos los niños les dan mamilas de leche a esa edad, pero no
todos la beben en un desvencijado sillón con la cabeza colgando del asiento,
los cabellos despeinados por la gravedad, mirando un mundo extraño que visto de
cabeza parecía más amable, más de uno.
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