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sábado, 27 de septiembre de 2014

Fue el sonido de la moneda al caer. Todo se deshizo en el instante en que el metal golpeó contra la madera de aquella mesa de burda factura. Meses atrás, cuando las noches eran lluviosas, se habían encontrado; los habían encontrado, porque al parecer los mejores encuentros de la vida no suceden por azar.
            Sucedió bajo la lluvia, cuando las gotas lavan penas, cuando el sol no puede cegar. Una bicicleta el pretexto, una invitación la razón. Pasa que las desdichas se juntan y hacen felicidad, efímera, pero felicidad. Hay felicidad de sabores y colores, ella prefería la de café azul.
            Esa tarde, de nuevo los encontraron, para conciliar felicidad de la que más le gustaba a él: la de rojo chocolate. La tarde trajo risas, pena por cierto lodo en los pantalones de ella, mejillas rojas y manos temblorosas.

            Cuando la moneda se quedó quieta y oculta bajo la mano, imperó el silencio y ojos grandes como platos se miraron; conforme la mano se levantaba, los labios se preparaban a sonreír; aquello de apostar futuras tardes sale muy bien a quienes da lo mismo si la moneda cae cara o cruz. 

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