Fue el sonido de la moneda al caer. Todo se
deshizo en el instante en que el metal golpeó contra la madera de aquella mesa
de burda factura. Meses atrás, cuando las noches eran lluviosas, se habían
encontrado; los habían encontrado, porque al parecer los mejores encuentros de
la vida no suceden por azar.
Sucedió
bajo la lluvia, cuando las gotas lavan penas, cuando el sol no puede cegar. Una
bicicleta el pretexto, una invitación la razón. Pasa que las desdichas se
juntan y hacen felicidad, efímera, pero felicidad. Hay felicidad de sabores y
colores, ella prefería la de café azul.
Esa
tarde, de nuevo los encontraron, para conciliar felicidad de la que más le
gustaba a él: la de rojo chocolate. La tarde trajo risas, pena por cierto lodo en
los pantalones de ella, mejillas rojas y manos temblorosas.
Cuando
la moneda se quedó quieta y oculta bajo la mano, imperó el silencio y ojos
grandes como platos se miraron; conforme la mano se levantaba, los labios se
preparaban a sonreír; aquello de apostar futuras tardes sale muy bien a quienes
da lo mismo si la moneda cae cara o cruz.
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