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jueves, 25 de septiembre de 2014

Anotaciones al margen:
Revisé un cuaderno. Dos oraciones con letras lindas, aparentes ideas claras era lo que tenía escrito cuando llegó a mis manos por obra del azar.
Me exigió durante muchos años ser escrito con frecuencia y cambiar mi estilo al narrar a partir de los esquemas que él determinaba. El cuaderno engordó de historias tachonadas, papeles superpuestos con chicle, constantes correcciones y fue enmoheciendo. Cuando lo leía quería que lo hiciera en voz alta, exigía ser presumido.
El cuaderno iba a las reuniones por mí, iba a tomar café con mis amigos, usaba mis lentes y repetía mis pensamientos, siempre. El cuaderno ligó y engañó chicos con cuentos que fotocopiaba de autores famosos pegándolos entre sus hojas con cinta adhesiva. Se volvió famoso a partir de mis letras corruptas por su propio ego.
Cansada de sus ficciones, lo dejé afuera de mi departamento a la vista de todos esperando que alguien se lo llevara y así fue. Finalmente.
Hoy lo vi exhibido en el aparador de una librería esotérica. Lo reconocí por una marca que dejé en su portada con tinta indeleble, mi nombre.

Entré a la tienda con curiosidad, lo abrí y no me sorprendió descubrir que está completamente vacío.

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