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martes, 3 de febrero de 2015

Hay caminos que se cruzan para detener el tiempo

Ayer fue la primera vez que se encontraban sin que la casualidad lo quisiera. Ella agregó un destinatario al mensaje de fin de año que acostumbra mandar a las personas que le compartieron risas y llanto; él contestó casi de inmediato; ella también; él de nuevo. Ella estaba cerca del mar; él perdido en la ciudad. No había encuentro posible, pero las posibilidades se multiplican cuando los encuentros valen la pena.
            Adán y ella, ahí… ambos llegaron antes de lo acordado. Casa Tomás es un lugar bonito, lleno de gente que aparenta ser lo que cree mejor, pero el lugar bonito. Cuando ella entró, Adán ya bebía el primer trago de la taza; es curiosa la manera en que las miradas se encuentran cuando se presiente al otro. Un mesurado saludo, de abrazo contenido y risa nerviosa. Ambos bebieron té, ambos sentados, mirándose.
̶  ¿Cuánto hace que no te veía?, te ves más pequeña… debe ser el cabello o los lentes o quizá algo de lo que espero me cuentes.
̶  Quisiera creerlo, pero mi espejo dice lo contrario. Se acomodo despacio el cabello y los anteojos. El cabello de él está mucho más cano que la última vez. Ambos se sienten menos nerviosos, distraen menos la mirada, mastican menos las pocas palabras que se dirán.
            El ritual de llamar al mesero para rellenar las tazas se vio anulado, las teteras sobre la mesa, la amabilidad de él, sin disimulo de ofrecerse a rellenar las tazas de ambos en repetidas ocasiones.
̶  Te vi hace unos meses en una foto, peliroja y con mirada diáfana, era como si la Mariana de mi salón regresara. Hoy no está ella aquí, ¿puedo preguntar por qué? La mirada de ella le contestó.
̶ Disculpa, no quiero incomodar; es sólo que, como a ti, las miradas, las sonrisas y las manos, entre otras cosas, me demandan especial interés. Ella se rió con eso de “entre otras cosas”. ̶  Las sonrisas empiezan a dejarme de interesar, creo que se fingen con extrema facilidad, en cambio la mirada, la mirada… ahí poco se puede ocultar, poco negar. ¿Tú crees que se puede mentir sin que la mirada lo refleje?  ̶ Esa, Mariana, no es una pregunta que debieras hacerme a mí.
            La plática fue larga, ella necesitaba hablar con alguien que no la juzgara, que no tomara partida, que simplemente escuchara.  ̶ Me enamoré y no funcionó; ahora me cuestiono tanto las razones; quisiera dejar tan atrás los recuerdos. Cerrar los ojos y olvidar. Cayeron lágrimas; él abandonó la silla y se sentó en el sillón, a su lado y la abrazo.
̶  ¿Qué pasa Mariana, llorar así no sólo es por desamor, verdad?, ¿quieres caminar? Angustiada se secaba las lágrimas, aquello de lloriquear en público le era sumamente vergonzoso. ̶  No, no quiero caminar, perdona, ahora regreso.
            Varios minutos en el cuarto de baño, agua fría en el rostro, respiraciones profundas… regresó y él había pedido un pastelillo. Le ofreció probarlo:  ̶  Los bocados dulces son buenos para estos momentos, le dijo haciendo una mueca cómplice.
            La conversación cambio de rumbo, el trabajo… ella está muy contenta con lo que tiene; él está pensando en tomarse un sabático para viajar, para mirar y aclarar qué quiere para el breve futuro del que cree disponer.  ̶  Ayúdame con un círculo literario que voy formar, extraño dar clases; extraño leer en voz alta. Sonriente conversación sobre enseñarle a una señoras que van al gym tres horas, a leer algo más que los anuncios del spa. ̶ Empiezo el siguiente lunes y me daría mucho gusto si me acompañas.
            Él miro su celular,  ̶  Quiero un cigarro, ahora vuelvo, dijo ella, tomó la bolsa y salió. Pocos minutos después se hicieron compañía. Al regresar al salón, la mesa les recibió ajena. Pidieron la cuenta y sin invitación ni consenso echaron a caminar.
            Esos espacios verdes que cortan el asfalto en esta ciudad son puertas abiertas a la esperanza. Parque Río de Janeiro, empezaba a soplar un viento frío; se susurraron las palabras sobre la muerte, sobre la esperanza que tienen los niños que persiguen burbujas de jabón… ̶ La vida, la que vale la pena, es de quienes pueden dejarse ir, vencer el miedo y tomar la felicidad, sin importar qué sea eso para cada uno. No te juzgues tan cruelmente, yo no creo que hayas sido egoísta Mariana, sabes que fue mejor así.

            La mamá de uno de los cazadores de burbujas no podía disimular su interés malsano por mirarlos, seguro pensaba en la diferencia de edad; en el por qué de las lágrimas… Nada era así. Muy pocas cosas son como las mira la gente que no sabe lo que los seres rotos guardan en sus miradas. Adán y Mariana se sentaron en una banca y como si Casiopea les hubiera dado un regalo, el tiempo se detuvo. 

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