Translate

martes, 6 de enero de 2015

Yo digo que por eso se regalan cuando uno anda enamorado, para que la mujer sepa que lo que uno siente no se acaba.

Javier el pescador o la apología de las flores

̶  Yo que usted no me metía…
Era el primer día del año, una mañana fresca, casi fría. Una víspera agitada y llena de barullo. Cuando empezó a clarear me escapé de la habitación a caminar la playa, a llorar el mar.
̶  Yo que usted no me metía, me dijo el pescador que hacía rato me miraba sollozar. Cuando lo dijo lo miré y él me mostró el motivo de su advertencia: era un pez globo. Dudé en acercarme, pero si ya me había visto llorar, qué más daba. Me puse la playera, junte mis cosas y fui con él.
Uno no imagina que a la orilla del mar se pueda mirar tanto y perder tan poco. Cuando llegué a su lado, me esperaba con el pez aún luchando por soltarse del anzuelo, empezaba a inflarse, uno debe aferrarse a la vida, pensé.
Conversamos largo rato, le agradecí más de una ocasión la advertencia, sobre todo tras escuchar las historias de aquellos que, alguna otra mañana fría, lo habían ignorado y su destino había sido el hospital regional.
Era un hombre bajito, moreno, tostado, diría mi restante abuela. Se llamaba Javier, no era de Sinaloa; dijo ser de Michoacán, de un lugar que ya no recordaba su nombre, pero sabía llegar. Le convide de mi café, no le gustó;  ̶ Sabe reamargo, dijo.
            Me preguntó si lloraba porque alguien se me había muerto en el año que había terminado, le dije que en parte sí.  ̶ ¿Cómo que en parte? A la muerte uno le llora mucho. Yo, la verdad a la muerte le he llorado poco, creo que lo he hecho más por temor de saber que ronda. Por sentir que puede llegar y dejarme con tanto en el tintero.
            Le dije que lloraba de tristeza, por muchas cosas, por ciertas personas, por las decisiones que nunca se sabrá si fueron las correctas. El pez globo estaba ya totalmente inflado. ̶ Ya le queda muy poquito, quisiera que fuera más rápido, pero si no se inflan bien, me los pagan a menos… guardo silencio y lanzó de nuevo la seda.
            Empezaban a caminar por el malecón algunos caídos de la cama que, como yo, querían ver el primer Sol de este 2015. Pero entre tanta nube, sólo se veía una luz cálida que subía por entre las cortinas grises. De ratitos lograba desgarrarlas y tonos mandarina escapaban y rebotaban en el mar.  ̶ Pico otro, está grandecito, acérquese para que lo vea cuando salga.  Me fui a sentar más cerca de la orilla. Si estaba grandecito y vaya que brincaba, cuando se le empezó a ir la vida abría más y más las branquias, su piel plateada se lleno de arena y Javier lo arrastró hasta una cubeta.  No sabía cómo se llamaba ese pez, pero era bueno para el ceviche, es muy rico. Saber eso le bastaba, me bastó también.
            Le pregunté cómo fue que llegó al mar y la historia hermosa empezó ahí: las flores lo trajeron a Los Mochis, el amor a su esposa a Mazatlán y seguía aquí porque pescar cada mañana es algo que disfruta, casi tanto como hacer arreglos de flores.
            En su pueblo se sembraba cempasúchil, tanto que la ladera de su casa se veía como un tapete, tanto que desde octubre era día de muertos, tanto que las mariposas Monarcas, las más adelantadas, no dudaban en posarse en ellas, amparadas por el color que simulaba el sol.
            Su papá cortaba las flores para vender, así llego un par de veces a los Mochis, ahí alguien, un señor le compraba toda la cosecha a su papá. Así él, Javier, a sus 14 años se enamoró de su esposa. Nunca le dio nombre, a mi no me hizo falta saberlo.
            ̶  Cuando me la robé, pus ya me tuve que casar y mi suegra nos dio un cuartito acá en su casa. Vivo allá por el Faro. Otro pez plateado que se rendía. Otra seda al aire, otro pez globo que colérico se inflaba.
            Le conté, inevitablemente que a mí no me gustan mucho las flores.
 ̶  Pero su novio le ha de regalar hartas, ¿no? Es lo que mejor le da uno a las mujeres para enamorarlas. Me reí un poco.
            Me dijo que sus favoritas son las hortensias. Tuve que decirle que no tenía idea de cómo eran… ̶  Son como los algodones esos que venden en las fiestas, na más que estas no se comen. Sonreí, y pensé en comprar hortensias cuando regresara a casa.
            Cuando le explique mi casi ensayado argumento sobre por qué no me gustan que me regalen flores, me miro de reojo y lanzó la seda de nuevo. Llevaba dos carnadas perdidas, temí estarlo interrumpiendo.
            ̶  A ver, ¿le gusta ver el Sol no? Por eso está aquí desde hace rato. Asentí,  ̶ pues las flores son iguales. Cuando recién se cortan son tiernitas como ver salir el Sol, abren y se ven chulas y cuando se marchitan pues es como un atardecer: ya dieron su belleza y siempre hay una que ya viene creciendo en su lugar. No se acaban, hay unas más bonitas, pero no se acaban. Yo digo que por eso se regalan cuando uno anda enamorado, para que la mujer sepa que lo que uno siente no se acaba.
            Me quedé callada, qué se dice ante unas palabras tan hermosas, que vienen de alguien que no nos conoce, que no pretende nada, de alguien que seguramente no volveremos a ver.  ̶ ¿Todavía le regala flores a su esposa?  ̶ Ya no tantas, los años lo cambian a uno; los hijos, el dinero que no hay… aunque a veces cuando me llegan los rollos al mercado y los abro, a veces hay una entre todas que me gusta más y esa sí la aparto y se la llevo. Si es de las caras, me la echo en el bote del pescado para que el marchate no me la cobre. Ella siempre se pone contenta cuando se la llevo. ¿A poco en serio usté no se pone contenta? Me agaché.
            Una seda más que salía sin carnada y sin pez.

           


No hay comentarios.:

Publicar un comentario