Humana voz
Vicente
Aleixandre
Duele
la cicatriz de la luz,
duele
en el suelo la misma sombra de los dientes,
duele
todo,
hasta
el zapato triste que se lo llevó el río.
Duelen
las plumas del gallo,
de
tantos colores
que
la frente no sabe qué postura tomar
ante
el rojo cruel del poniente.
Duele
el alma amarilla o una avellana lenta,
la
que rodó mejilla abajo cuando estábamos dentro del agua
y
las lágrimas no se sentían más que al tacto.
Duele
la avispa fraudulenta
que
a veces bajo la tetilla izquierda
imita
un corazón o un latido,
amarilla
como el azufre no tocado
o
las manos del muerto a quien queríamos.
Duele
la habitación como la caja del pecho,
donde
las palomas blancas como sangre
pasan
bajo la piel sin pararse en los labios
a
hundirse en las entrañas con sus alas cerradas.
Duele
el día, la noche,
duele
el viento gemido,
duele
la ira o espada seca,
aquello
que se besa cuando es de noche.
Tristeza.
Duele el candor, la ciencia,
el
hierro, la cintura,
los
límites y esos brazos abiertos, horizonte
como
corona contra las sienes.
Duele
el dolor. Te amo.
Duele,
duele. Te amo.
Duele
la tierra o uña,
espejo
en que estas letras se reflejan.
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