Sólo la
muerte
Pablo Neruda
Hay
cementerios solos,
tumbas
llenas de huesos sin sonido,
el corazón
pasando un túnel
oscuro,
oscuro, oscuro,
como un
naufragio hacia adentro nos morimos,
como
ahogarnos en el corazón,
como irnos
cayendo desde la piel del alma.
Hay
cadáveres,
hay pies de
pegajosa losa fría,
hay la
muerte en los huesos,
como un
sonido puro,
como un
ladrido de perro,
saliendo de
ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en
la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo,
solo, a veces,
ataúdes a
vela
zarpar con
difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con
panaderos blancos como ángeles,
con niñas
pensativas casadas con notarios,
ataúdes
subiendo el río vertical de los muertos,
el río
morado,
hacia
arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas
por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro
llega la muerte
como un
zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a
golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a
gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo
sus pasos suenan
y su vestido
suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo
conozco poco, yo apenas veo,
pero creo
que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas
acostumbradas a la tierra,
porque la
cara de la muerte es verde,
y la mirada
de la muerte es verde,
con la aguda
humedad de una hoja de violeta
y su grave
color de invierno exasperado.
Pero la
muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el
suelo buscando difuntos;
la muerte
está en la escoba,
en la lengua
de la muerte buscando muertos,
es la aguja
de la muerte buscando hilo.
La muerte
está en los catres:
en los
colchones lentos, en las frazadas negras
vive
tendida, y de repente sopla:
sopla un
sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas
navegando a un puerto
en donde
está esperando, vestida de almirante.
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